jueves, 5 de julio de 2012

Partícula para eucaristizarnos


Julio-Agosto 2012.

«Hogares, fábricas, clases, oficinas
en donde viven y trabajan comulgantes y visitadores de Jesús,
¿veis entrar por vuestras puertas hombres y mujeres eucarísticos?»
El abandono de los Sagrarios acompañados, 8ª ed., p. 161

Se ha conocido la existencia de Dios por transmisión de padres a hijos, de maestros a sus alumnos, de catequistas a sus catequizandos, de sacerdotes a los laicos, y así ha ido sucediendo en cientos de generaciones.

Pero en muchas ocasiones el testimonio de la vida no acompañaba a las palabras o enseñanzas, y se ponía mucha fuerza en la preocupación por el posible quebranto del depósito de la fe.

Sin embargo, el mayor problema, de hoy y siempre, no es quizá que no hablemos de la presencia de Jesús en la Eucaristía, sino en que no mostramos convencimiento de un encuentro que llena el corazón.

Quien participa plenamente de la Eucaristía no se acerca para liberarse del aturdimiento de la vida actual o sentir la tranquilidad de cumplir un deber religioso, sino para un encuentro personal con el Dios vivo que se ha revelado en Jesús. Es un encuentro que afecta a toda la persona porque toca la inteligencia, le corazón y la vida entera. «Cuando recibimos a Cristo, el amor de Dios se expande en lo íntimo de nuestro ser, modifica radicalmente nuestro corazón y nos hace capaces de gestos que, por la fuerza difusiva del bien, pueden transformar la vida de quienes están a nuestro lado» (BenedictoXVI, Caritas in veritate, 1).

Por eso un miembro de la FER ofrece siempre su experiencia de vida, no su sabiduría. Puede ser una mujer o un hombre muy sencillo y sin mucha cultura, pero es una persona que transmite a Dios.

No dice muchas cosas doctrinales y posiblemente no sepa mucho, pero experimenta algo que le ayuda a vivir y le transforma la vida y, aunque no lo pretendiese, allí donde llega lo irradia. Cuando comunica lo hace implicándose en ello, y quien le ve percibe en él o ella una convicción que contagia.

«El asombro por el don que Dios nos ha hecho en Cristo imprime en nuestra vida un dinamismo nuevo, comprometiéndonos a ser testigos de su amor. Nos convertimos en testigos cuando, por nuestras acciones, palabras y modo de ser, aparece Otro y se comunica» (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 83).

La persona eucarística habla de Jesús como alguien a quien vale la pena entregarse, como un Dios que atrae. Si no es así, sus palabras pueden seguir alejando, sin darse cuenta, a la gente de Dios.

La persona eucarística interpela con su presencia, no culpabiliza ni echa en cara el pecado cometido, el error hecho o la debilidad, sino que invita, ofrece y acompaña a una vida más plena.

«“Que no haya dualidad en vuestra vida, sino que todo sea en vosotros efecto del mismo principio: dar compañía a Jesús”, decía el Bto. Manuel González. Sus visitas a Jesús Eucaristía, breves pero frecuentes, mantenían el calor de su corazón y centraban toda su atención en Él. Alrededor suyo se respiraba una atmósfera limpia, tan llena de paz, que hacía fácil la vida» (J. Campos Giles, El Obispo del Sagrario abandonado, 6ª ed., p. 464).

Hna. Mª Leonor Mediavilla, m.e.n.