viernes, 30 de septiembre de 2016

Mensaje de la Comisión  Permanente de la Conferencia Episcopal Española 
con motivo de la canonización del Obispo Manuel González García

Un modelo de fe eucarística
para nuestro tiempo

Así han querido presentar, los Obispos de España, a nuestro Padre. Como "modelo de fe eucarística" para todos  los creyentes y para nuestro tiempo,tan necesitados de espíritu contemplativo, de entregada actividad caritativa y de volver a la mesa eucarística donde Cristo se hace presencia cercana y Pan vivo que alimenta y fortalece (cfr. Jn 6, 22-59).
Compartimos el mensaje completo, una genial síntesis de su vida y espiritualidad, con el deseo de que su lectura y meditación sean una invitación a una fuerte vida eucarística.

Damos gracias a Dios porque el próximo día 16 de octubre de este Año jubilar de la Misericordia el Papa Francisco canonizará en Roma al beato Manuel González García, obispo de Palencia y antes de Málaga, junto a con los beatos José Sánchez, José Gabriel del Rosario Brochero, Salomone Leclercq, Lodovico Pavoni, Alfonso Mª Fusco y Sor Elisabeth de la Santísima Trinidad (Elisabeth Catez).
La vida y obra del nuevo santo obispo español, centradas en la Eucaristía, constituyen un modelo para la Iglesia y para nuestro tiempo, tan necesitados de espíritu contemplativo, de entregada actividad caritativa y de volver a la mesa eucarística donde Cristo se hace presencia cercana y Pan vivo que alimenta y fortalece (cfr. Jn 6, 22-59).
El obispo Manuel González nos ha dejado en sus fundaciones y en sus obras (escritas con el gracejo y sabiduría de un excepcional párroco y catequista) la invitación a una fuerte vida eucarística que ayude a los cristianos a vivir y testimoniar su fe. Más aún, el santo obispo animó siempre a los fieles a participar en la Santa Misa y a vivir lo que ella significa en el servicio a los pobres y excluidos, no menos que a relacionarse frecuentemente con el Señor, realmente presente en el sagrario. Una presencia de Amor no siempre correspondido: entrar a la adoración eucarística para abrazar y salir para servir.
Por otro lado, al nuevo santo no le fue ahorrada la cruz en su vida y así experimentó, en no pocas ocasiones, la dura tribulación del desafecto; sufrió también callada y ejemplarmente el destierro en la España de los dramáticos años 30 del siglo pasado. Al mismo tiempo es justo también subrayar que él supo siempre perdonar a todos al calor de Cristo-Eucaristía, que une lo dividido y reconcilia lo enemistado (cfr. Ef 2,14). “Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan” (1 Cor 10, 17).
1.   Corresponder al amor de Cristo
Don Manuel González había nacido en 1877 en Sevilla. De su catedral fue niño cantor (seise), y en esta misma ciudad fue ordenado sacerdote por el beato cardenal Marcelo Spínola el 21 de septiembre de 1901. Se recuerda aún su primera labor pastoral en la localidad sevillana de Palomares del Río, donde robusteció y forjó su espiritualidad eucarística y su amor por los más pobres. Ante el sagrario solitario de esta parroquia tuvo una experiencia interior sobrenatural que marcaría toda su vida y mensaje: “Allí de rodillas... mi fe veía a un Jesús tan callado, tan paciente, tan bueno, que me miraba... que me decía mucho y me pedía más, una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio... La mirada de Jesucristo en esos sagrarios es una mirada que se clava en el alma y no se olvida nunca. Vino a ser para mí como punto de partida para ver, entender y sentir todo mi ministerio sacerdotal”.
Esta vivencia marcó su entera existencia y misión, verdaderamente ejemplar para una genuina espiritualidad sacerdotal. Así, cuando en 1905 es nombrado párroco de Huelva, al encontrarse con una situación de indiferencia religiosa, su amor y celo apostólico abrieron caminos para reavivar la vida cristiana de sus feligreses y se preocupó también de la situación de las familias más necesitadas y de los niños, para los que fundó escuelas. El 4 de marzo de 1910 ante un grupo de colaboradoras manifestó el gran anhelo de su corazón: "Permitidme que yo, que invoco muchas veces la solicitud de vuestra caridad en favor de los niños pobres y de todos los abandonados, invoque hoy vuestra atención y cooperación en favor del más abandonado de todos los pobres: el Santísimo Sacramento. Os pido una limosna de cariño para Jesucristo sacramentado... Os pido, por el amor de María Inmaculada y por el amor de ese Corazón tan mal correspondido, que os hagáis las Marías de esos sagrarios abandonados". Así, con la sencillez del Evangelio, nació la "Obra para los Sagrarios-Calvarios" para dar una respuesta de amor reparador al amor de Cristo resucitado, real y verdaderamente presente en la Eucaristía.
Cuando en 1920 fue nombrado obispo de Málaga, de la que era auxiliar desde 1916, lo celebró reuniendo, en una comida festiva, a los niños pobres, a quienes autoridades, sacerdotes y seminaristas sirvieron en una mesa que era verdadera prolongación de la mesa eucarística.
2.   Apostolado eucarístico
Don Manuel es también conocido como el fundador e impulsor de la gran familia seglar “Unión Eucarística Reparadora”. Fundó además en 1921 la congregación de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret (conocidas popularmente como “Hermanas Nazarenas”), presentes con su labor apostólica en ocho países de dos continentes, y puso en marcha, fruto de su gran afán evangelizador, la popular revista El Granito de Arena, con un especial acento en la propagación del amor a la Eucaristía.
El santo obispo llegó a la diócesis castellana de Palencia en 1935, después de cuatro años de forzada ausencia de su diócesis anterior. Aceptó ser obispo de Palencia con un verdadero amor pastoral hasta su muerte, acaecida en Madrid el 4 de enero de 1940. Enterrado en la capilla del Sagrario de la catedral palentina, sobre su tumba se lee una última voluntad que es también humilde súplica: “Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!”.
Sus enseñanzas poseen permanentes valores teológicos e intuiciones que se asoman a una piedad eucarística renovadora, como desea el Concilio Vaticano II que sea impulsada en la Iglesia, ya que “la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza…, la renovación de la Alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo” (Const. A. Sacrosanctum Concilium, n.10; cf. Ritual de la Sgda. Comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa, n.25).
3.   Adoración y caridad
Por esto mismo, la propuesta cristiana que propagaba don Manuel González de “eucaristizar” la vida, de trasformarla en adoración, ofrenda y compromiso permanente, constituye un valioso programa de vida cristiana también para nuestro tiempo. Él nunca separó la Eucaristía del servicio a los excluidos, ya que siempre la orientó hacia el descubrimiento del rostro de Cristo pobre y abandonado en las múltiples marginaciones de cada día. El santo obispo de Palencia dio forma concreta en su vida pastoral a lo que  pediría el papa Benedicto XVI al afirmar que “sólo en la adoración (eucarística) puede madurar una acogida profunda y verdadera. Y precisamente en este acto personal de encuentro con el Señor madura luego también la misión social contenida en la Eucaristía y que quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y sobre todo las barreras que nos separan a los unos de los otros” (Exh. A. Sacamentum caritatis, 66).
Es así como don Manuel González fue un hombre de su tiempo y los avatares de la España en que le tocó vivir dejaron honda huella en sus preocupaciones y realizaciones pastorales. No predicó la huida del mundo, sino que siempre contempló la presencia de Cristo en la Eucaristía como un momento de intimidad particular para después movilizar a los fieles hacia el compromiso social y caritativo. Esta actividad la veía no como un lugar sin retorno, sino como medio para retornar de nuevo a la intimidad con Cristo al que se había escuchado y servido en el propio quehacer apostólico, ya que, como señala el Papa Francisco, “para nosotros toda persona y más si está marginada, si está enferma, es la carne de Cristo” (Disc. Caritas Internationalis, 16-05.2013).  ¿Cómo no reconocer en esta intuición un bello ideal de vida cristiana para nuestro tiempo?
4.   Actualidad de su mensaje
 “Sería triste –señalaba S. Juan Pablo II en la misa de beatificación de D. Manuel el 29 de abril de 2001- que la presencia amorosa del Salvador (en la Eucaristía), después de tanto tiempo, fuera aún desconocida por la humanidad. Esa fue la gran pasión del beato Manuel González García..., (el nuevo beato) es un modelo de fe eucarística, cuyo ejemplo sigue hablando a la Iglesia de hoy”.
Efectivamente, ochenta y seis años después de su muerte, la vida y mensaje del nuevo santo español recobran actualidad. Siempre cerca de Cristo-Eucaristía, nos ayuda a descubrir, en contraste con los olvidos humanos, las palabras y latidos más profundos de la misericordia divina y nos señala insistentemente al Santísimo Sacramento, que como dice el Vaticano II, es fuente y cumbre de toda vida cristiana, no menos que expresión concreta de la unidad del pueblo de Dios (cf. LG, n. 11).
Precisamente, el “camino, recorrido por Jesús hasta el extremo (cf. Jn 13,1), se hace presencia y memoria permanente para nosotros en este sacramento. Por eso nosotros, ante Jesús-Eucaristía, queremos renovar nuestra unión con Él y nuestro seguimiento (cf. Col 3,9-15) y lo hacemos manteniendo vivo su proyecto compasivo, como nos pide el Papa Francisco: «En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos». (Misericordiae vultus, 2015, nº 15)” Contemplando el misterio de la Eucaristía y configurados por él, trabajemos por una cultura de la compasión (Comisión E. de Pastoral Social. Mensaje para el Corpus Christi-2016).
5. Con el ejemplo de la Virgen María, “primer sagrario” y “mujer eucarística”
S. Juan Pablo II nos pedía que siguiéramos “la enseñanza de los santos, grandes intérpretes de la verdadera piedad eucarística. Con ellos la teología de la Eucaristía adquiere todo el esplendor de la experiencia vivida, nos «contagia» y, por así decir, nos «enciende». Pongámonos, sobre todo, a la escucha de María Santísima, en quien el Misterio eucarístico se muestra, más que en ningún otro, como misterio de luz. Mirándola a ella conocemos la fuerza trasformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor” (Ecclesia de Eucharistia, n.62).
Con estos sentimientos, deseamos que la canonización de D. Manuel González, en el marco del Jubileo Extraordinario de la Misericordia que estamos celebrando, anime a los fieles de la Iglesia en España a una verdadera y frecuente adoración del Señor en el sacramento de la Eucaristía, así como  a una mayor vivencia personal y comunitaria del Domingo y a  cuidar con esmero la reserva del Santísimo Sacramento. Esto nos ayudará a avanzar en el camino de la santidad y de la misericordia, y a generar una verdadera cultura del encuentro y la compasión en nuestro mundo mediante el testimonio cristiano de la caridad.

Madrid, 28 de septiembre de 2016

domingo, 18 de septiembre de 2016

De cómo se hace un arcipreste...

Carta abierta II

De cómo se hace un arcipreste...

Para que no caigas en la tentación de corregirme a la plana, mi bueno y santo don Manuel, te voy a ceder la palabra. Revolviendo en tus papeles, en tus muchos libros y folletos, he topado con el minucioso relato en que reproduces el diálogo que medió entre tú y el señor cardenal aquella mañanica de finales de febrero. Yo ni quito ni pongo coma de más o coma de menos.

-“No; yo no le mando ir a Huelva; está aquello tan mal, y lo que es peor, tan dividido entre los pocos buenos... Estoy tan harto de probar procedimientos para mejorarlo sin obtenerlo, que me he acordado de usted como última tentativa: al fin y al cabo usted es joven y, si se estrella en Huelva, como lo temo, el mismo que lo lleva lo puede traer. Pero, repito, esto no es un mandato, sino un deseo...”

-“Señor, los deseos de mi Prelado son para mí órdenes, ¿cuándo quiere que me vaya?”

-“No, no; ahora se va usted a su casa y, durante tres días y con completa reserva de esta conversación, madure usted este deseo mío delante de su Sagrario y vuelva después con su decisión”.

-“Espero, con la gracia de Dios, que dentro de tres días vendré aquí a decir a vuestra excelencia lo mismo que ahora le digo”.

Y tras comentar que durante esos tres días apenas si comiste y dormiste y los tremendos esfuerzos que tuviste que hacer para conservar la buena cara y hasta el buen humor ante tus padres, ante los ancianos, ante las Hermanitas, sigues escribiendo:

“Llegado el tercer día, me presenté de nuevo al señor Arzobispo: Señor, aquí me tiene para repetirle lo que le dije el otro día, ¿cuándo quiere que me vaya a Huelva?

-“Pero, ¿así?, ¿tan decidido?

-“Sí, señor; completamente decidido. Ahora que como a mi prelado le voy a hablar como al Jesús de mi Sagrario, debo decirle que me voy a Huelva tan decidido en mi voluntad como contrariado en mi gusto.”

-“¿Cómo? ¿Es que no va a gusto?”

-“Voy obedeciendo los deseos de vuestra excelencia con toda mi voluntad, pero contra mi gusto.”

-“Me lo explico y no me extraña; espero que ese desprecio de su gusto para abrazarse a la voluntad del prelado, le ayudará en su misión de Huelva.”  

En la despedida, muy cariñosa, el cardenal Spínola se te mostró todo un padre.

-“Sé que es usted muy joven, te dijo, para un arciprestazgo tan importante y para lo malo que está aquello; yo he vivido allí y lo conozco, pero ¡no importa! Vaya, pruebe y si no le va bien, se viene. Las puertas de este palacio siempre estarán abiertas para usted; y en mí siempre tiene un padre, a quien le puede contar todo, que lo recibirá con los brazos abiertos”.

Once largos años estuviste en Huelva, primero -ya lo hemos comentado tú y yo- como cura ecónomo o cura regente de la parroquia de San Pedro durante tres meses y medio, luego -durante todo el resto- como arcipreste. Los primeros seis años te resultaron todo un martirio porque eran muchos los que no querían saber nada de los curas. Pero, a partir de la huelga de los mineros, a partir -quiero decir- de todos los cientos de comidas que tuviste que improvisar para que ni chicos ni grandes se te murieran de hambre, a partir de ese derroche de tu caridad sin fijarte si la mano que te pedía era de alguno de tus feligreses o si lo era de quien no pisaba la parroquia ni atado, a partir de ese año de 1911, comenzaste a ser entre todos los onubenses lo que te piropeó un minero en la estación del tren de Riotinto: “Don Manuel, usted es el hombre más grande del mundo”. 

No lograste atraer a todos a la Iglesia y menos aún a una sincera y comprometida fe en Jesús de Nazaret; pero qué lejos quedaban ya aquellos primeros años de tu ministerio en Huelva cuando, de entre una feligresía de 20.000 bautizados de tu parroquia de San Pedro, no comulgaba ni uno solo de ellos, o cuando los chiquillos te insultaban en la calle, al verte pasar, llamándote “cuervo” y “mala pata” y, si a menos les venías, te tiraban piedras con la intención más negra de abrirte la cabeza. “¿Y qué hace usted cuando le tiran piedras?”, te había preguntado tu cardenal arzobispo. Y tú le habías respondido: “Pues, sencillamente, torearlas”.

Y qué lejos igualmente el diálogo aquel que mantuviste con el sacristán de tu parroquia en el pórtico del templo a las ocho de la mañana de tu primer día de estancia en Huelva. En tu tiempo de capellán del asilo de ancianos en Sevilla habías adquirido la costumbre de entrar en la capilla a las cinco y media para decir tu misa a las seis, después de haber oído en confesión a los que querían reconciliarse. Y las cinco y media te plantaste, como si tal cosa, en la hermosa iglesia mudéjar de San Pedro... Bueno, a la puerta de la hermosa iglesia parroquial. El templo estaba cerrado y la llave obraba en el bolsillo del sacristán. No te quedaba sino esperar con paciencia...hasta las seis, hasta las siete, hasta las ocho y pico. “¡Cómo se conoce que es usted novicio!”, te dijo, sonriendo de lástima, el sacristán. Te explicó por qué: “Aquí la gente no madruga, y los de iglesia, ¿para qué vamos a madrugar?”. Tú le pediste con toda sencillez la llave y le dijiste que él no madrugara. Tú abrirías todos los días la iglesia... a las cinco y media. El sacristán te miró extrañado. No entendía para qué querías pegarte semejante madrugón, porque “señor cura, a la misa no vienen más que dos o tres mujeres”. Hablasteis algún tiempo más. En un momento le preguntaste por las comuniones que se distribuían en la parroquia. Y ahora el extrañado ibas a ser tú al oír su respuesta: “Aquí, señor cura, se acostumbra poco eso”.

Sí, todo eso quedaba ya lejos, pero reconoce que tuviste que sufrir de lo lindo. “¡Qué días aquellos de mis primeros tiempos en Huelva!”, llegaste a escribir mucho después y en esa exclamación se adivina aún dolor que no podías arrancarte de tus recuerdos. “Yo no puedo pasar al papel la inmensa desolación en que mi alma estaba sumergida”. No sabías qué hacer, ni por dónde comenzar, ni qué caminos seguir. Sólo sabias que sobre ti pesaba la enorme responsabilidad de la re-evangelización de Huelva.

(Texto completo en: "Folletos con él"- mayo de 2001)