«¿Quién quiere un año nuevo bueno?
¿Quién lo quiere por lo menos mejor que el “viejo”?
Nuestro año será lo que sean las horas de que se forman».
(En busca del Escondido, 7ª ed., p. 110)
Al inicio de cada año nos felicitamos deseándonos un ¡Feliz año nuevo! Expresión que es sincera porque quiere manifestar un mayor bienestar en todos los sentidos.
En los blogs de estos días se leen frases que transmiten buenos propósitos y deseos de una vida mejor. «Año nuevo, vida nueva», se dice. Aunque estos sentimientos los experimentamos siempre que vamos a comenzar algo, no es una realidad en la vida real. Un número nuevo en nuestros calendarios no incorporará nada nuevo en nosotros si no ponemos voluntad y audacia. Hablamos y escribimos de situaciones de crisis en el mundo, en la Iglesia, en nuestras comunidades, en las familias, pero esto no es suficiente. Es necesario dejar los lamentos y apostar por arriesgarnos e iniciar caminos nuevos. No podemos caer en la equivocación de creer que es más seguro y hasta más evangélico quedarnos en el mismo lugar y seguir haciendo lo de siempre.
No volvamos a lo «viejo» que ya pasó. Debemos comenzar el año con un deseo sincero de buscar una renovación. Cada año que se nos regala nos ofrece un sinnúmero de posibilidades, una puerta abierta a nuevas oportunidades; es un tiempo de gracia y de salvación que nos invita a empezar a vivir de una manera nueva.
Este año «será un año más o menos “bueno” en la medida en que cada uno, de acuerdo con sus responsabilidades, sepa colaborar con la gracia de Dios» (Benedicto XVI, Ángelus, 3/1/2010).
Todos apostamos por un «año nuevo bueno». Entonces es necesario preguntarse, y también responder con sinceridad, qué es lo que quiero yo dé este año.
Un año que no sea vacío, superficial y rutinario, sino que ame lo que se me dé con gozo y gratitud.
Año que de alegría y esperanza a aquellos que se encuentren conmigo, y no desaliento, desánimo o tristeza. Que por donde pase haga que la vida sea más gozosa y más fácil de llevar, no encerrándome en mi egoísmo y mi bienestar. Que las personas con quien vivo se sientan felices a mi lado.
Año en que ponga sentido a lo que haga, alimentando la vida interior, el encuentro con el Señor, que no sea un correr de un lugar para otro, en una agobiante actividad.
Una cosa es cierta: Dios siempre está empezando de nuevo con nosotros. Ni se cansa ni hay nada perdido con Él. Dios no se desanima por nuestras mediocridades o infidelidades. «Su compañía hará que este año, a pesar de sus inevitables dificultades, sea un camino lleno de alegría y de paz. En efecto, sólo si permanecemos unidos a Jesús, el año nuevo será bueno y feliz» (Benedicto XVI, Audiencia general, 7/1/2009).
El Bto. Manuel González «no sabía de fronteras entre la piedad y la vida; era sobrenaturalmente natural. Lo extraordinario de su vida era que, con serlo tanto, no lo parecía. Alrededor suyo se respiraba una atmósfera limpia, tan llena de paz, que hacía fácil la vida.
Hablando, comiendo, sufriendo, entregado al trabajo, riendo y bromeando, todo venía a terminar en su centro, sin salirse de su órbita: Jesucristo.
No miraba nunca “de abajo arriba, como miran los hombres”, miraba siempre “de arriba abajo como mira Dios”» (El Obispo del Sagrario abandonado, 6ª ed., p. 465).
Hna. Mª Leonor Mediavilla, m.e.n.