Mi primer Sagrario abandonado
"Fui derecho al Sagrario de la
restaurada iglesia en busca de alas a mis casi caídos entusiasmos, y... ¡qué
Sagrario! Un
ventanuco como de un palmo cuadrado, con más telarañas que cristales, dejaba
entrar trabajosamente la luz de la calle con cuyo auxilio pude distinguir un
azul tétrico de añil, que cubría las paredes; dos velas que lo mismo podían ser
de sebo que de tierra o de las dos cosas juntas; unos manteles con encajes de
jirones y quemaduras y adornos de goterones negros; una lámpara mugrienta
goteando aceite sobre unas baldosas pringosas; algunas más colgaduras de
telarañas, ¡qué Sagrario, Dios mío! Y ¡qué esfuerzos tuvieron que hacer allí mi
fe y mi valor para no volver a tomar el burro del sacristán, que aún estaba
amarrado a los aldabones de la puerta de la iglesia, y salir corriendo para mi
casa!
Pero no
huí. Allí me quedé un rato largo y allí encontré mi plan de misión y alientos
para llevarlo a cabo. Pero sobre todo encontré... Allí,
de rodillas ante aquel montón de harapos y suciedades, mi fe veía a través de
aquella puertecilla apolillada, a un Jesús tan callado, tan paciente, tan
desairado, tan bueno, que me miraba... Sí, parecíame que después de recorrer
con su vista aquel desierto de almas, posaba su mirada entre triste y
suplicante, que me decía mucho y me pedía más...
Lo que me enseñó aquel Sagrario
Yo no sé que nuestra religión tenga
un estímulo más poderoso de gratitud, un principio más eficaz de amor, un móvil
más fuerte de acción, que un rato de oración ante un Sagrario abandonado.
Quizá
una fe superficial saque escándalo y tibieza de ese abandono. Pero una fe que
medite y sobre todo, un corazón que ahonde un poco debajo de la corteza de las cosas (...) no
tiene más remedio que ver en ese modo de abandonar de los hombres y en esa
manera de corresponder de Jesucristo, el Evangelio
vivo, pero con una vida tan brillante, tan fecunda, tan activa, tan en ebullición de amor de cielo, que no hay
más remedio que entregarse a discreción y sin reserva, diciendo con san Pedro: “Aunque todos te abandonen, yo no te
abandonaré”... ¡Este amor no se parece a ningún otro amor!"
(Beato Manuel González,
"Aunque todos, yo no")
No hay comentarios:
Publicar un comentario