sábado, 6 de octubre de 2012

La FE de Don Manuel


Mi primer Sagrario abandonado
   "Fui derecho al Sagrario de la restaurada iglesia en busca de alas a mis casi caídos entusiasmos, y... ¡qué Sagrario! Un ventanuco como de un palmo cuadrado, con más telarañas que cristales, dejaba entrar trabajosamente la luz de la calle con cuyo auxilio pude distinguir un azul tétrico de añil, que cubría las paredes; dos velas que lo mismo podían ser de sebo que de tierra o de las dos cosas juntas; unos manteles con encajes de jirones y quemaduras y adornos de goterones negros; una lámpara mugrienta goteando aceite sobre unas baldosas pringosas; algunas más colgaduras de telarañas, ¡qué Sagrario, Dios mío! Y ¡qué esfuerzos tuvieron que hacer allí mi fe y mi valor para no volver a tomar el burro del sacristán, que aún estaba amarrado a los aldabones de la puerta de la iglesia, y salir corriendo para mi casa!
   Pero no huí. Allí me quedé un rato largo y allí encontré mi plan de misión y alientos para llevarlo a cabo. Pero sobre todo encontré... Allí, de rodillas ante aquel montón de harapos y sucieda­des, mi fe veía a través de aquella puertecilla apolillada, a un Jesús tan callado, tan paciente, tan desairado, tan bueno, que me miraba... Sí, parecíame que después de recorrer con su vista aquel desierto de almas, posaba su mirada entre triste y suplicante, que me decía mucho y me pedía más...

Lo que me enseñó aquel Sagrario
    Yo no sé que nuestra religión tenga un estímulo más poderoso de gratitud, un principio más eficaz de amor, un móvil más fuerte de acción, que un rato de oración ante un Sagrario abandonado.
   Quizá una fe superficial saque escándalo y tibieza de ese abandono. Pero una fe que medite y sobre todo, un corazón que ahonde un poco debajo de la corteza de las cosas (...) no tiene más remedio que ver en ese modo de abandonar de los hombres y en esa manera de corresponder de Jesucristo, el Evangelio vivo, pero con una vida tan brillante, tan fecunda, tan activa, tan en ebulli­ción de amor de cielo, que no hay más remedio que entregarse a discreción y sin reserva, diciendo con san Pedro: “Aunque todos te abandonen, yo no te abandonaré”... ¡Este amor no se parece a ningún otro amor!" 
(Beato Manuel González,
"Aunque todos, yo no")

No hay comentarios:

Publicar un comentario