La soberbia condena a desagradar a Jesús aún con obras buenas.
¡Qué terminantemente lo prueba la Parábola del fariseo y del publicano!
Aquél llevaba a su oración obras buenas, el ayuno, la limosna, el culto de Dios, no ser adúltero... éste llevaba miserias, robos, pecados...
Pero el fariseo se tenía por el mejor de los hombres y el publicano por el más pecador, y por la virtud divina de la humildad las obras malas del pecador se truecan en buenas; y por la soberbia las obras buenas del que se tenía por justo se truecan en malas; y el pecador sale de su oración, amigo de Dios y el soberbio justo, enemigo.
Esta es la oración del humilde: la miseria de rodillas con las manos extendidas y con la boca abierta ante la misericordia omnipotente del Corazón de Dios. Ésa es, en la esencia, la oración del santo más contemplativo, como la del cristiano más vulgar e interesado.
Beato Manuel González