La gran Misa pontifical del sumo Sacerdote Jesús, comienza en la
tierra en el seno purísimo de la Madre Inmaculada y termina en el cielo a la
derecha del Padre, y mejor dicho, no termina, es eterno.
El sacrificio activo de Jesús en la tierra duró
propiamente unas horas, las de su oblación voluntaria para la Pasión y la muerte y las de
su inmolación por manos de los judíos. Pero el sacrificio pasivo de Jesús comenzó cuando comenzó el activo y no terminará eternamente.
Jesús no será más inmolado, no
padecerá más, ni recibirá más muerte «ya no morirá», «la muerte no tendrá
dominio sobre Él», pero siempre, siempre, eternamente ante el cielo y la tierra
y los abismos, será el inmolado, el
Cordero siempre inmolado[1] el pontífice de la
gloria suprema de Dios, la
Hostia de la redención universal y el altar de la más grata
propiciación.
En el cielo, la luz que
despiden las sagradas cicatrices del Cordero inmolado, es la luz que quita las
noches de los días de la eternidad e inunda de claridades y bienandanzas los
ámbitos todos de la gloria.
Sí, el sacrificio de Jesús
será eterno:
1º Porque eterna es la
aceptación que del mismo hace el Eterno Padre y eterno el gusto con que se
recrea en él. Y
2º Porque eterna es la
alabanza, la acción de gracias, la propiciación y la impetración que por el
sacrificio de su Hijo recibe.
Siendo eterno el sacrificio del Hijo, sacerdote-Hostia,
recreémonos en estas dulcísimas consecuencias:
1ª Eterna será la gratitud del
Padre a su Hijo sacrificado y eterna la paga de gloria y exaltación que le dará
a su humanidad y a su nombre.
2ª Eternamente en virtud de
esa gratitud, el Padre no dará más beneficios naturales y sobrenaturales, sino
por medio y por los méritos de su Hijo Jesús crucificado.
3ª Eternamente estará en lo
más alto del cielo «sobre el monte de Sión» el Cordero, recibiendo el cántico
de la alabanza y de la gratitud por su sacrificio, de los ángeles y de los
santos: «Digno es el Cordero, que fue sacrificado, de recibir el poder, y la
divinidad, y la sabiduría, y la fortaleza, y el honor, y la gloria y la
bendición».
4ª Eternamente no habrá más
razón para entrar y morar en el cielo, en torno del Cordero, que la de ser
imágenes vivas de Jesús crucificado, reproducciones del Cordero sacrificado y de
la Hostia viva
y callada del altar ¡El cielo es la patria de las hostias!
¡Qué bellamente y qué gráficamente están expresadas todas
esas exaltaciones con que el Padre acepta y agradece y paga el sacrificio de su
Hijo sacerdote en las palabras de nuestro símbolo: «...subió a los cielos y
está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso».
¡Subió! Midamos, si podemos,
hasta dónde descendió y calcularemos hasta dónde subió!
¡Subió! Desde las profundidades
de los abismos, no obstante el peso de la losa del sepulcro, a pesar de los
clavos con que lo sujetaron a la cruz, desde el fondo del mar de ignominias y
calumnias...
Cuando llegó la hora de subir,
subió por su propia virtud, a la vista de los suyos, serenamente,
majestuosamente...
Y «está sentado a la derecha de Dios Padre...». «Sentado»
esto es, no de prestado, no de paso, no para recibir un premio, un homenaje y
seguir o volver... «Sentado a la derecha», esto es, en igual gloria que su Padre
en cuanto Dios, y en cuanto Hombre «en mayor que otro alguno», como enseña el
catecismo.
La
Ascensión de Cristo es nuestra exaltación. Y a donde precedió
la gloria de la Cabeza,
allí está llamada también la esperanza del cuerpo. Regocijémonos, amadísimos,
con gozos dignos y alegrémonos con piadosas acciones de gracias, porque hoy, no
sólo hemos sido asegurados como poseedores del paraíso, sino que, en Cristo,
hemos penetrado en lo más alto de los cielos, ganando, por la inefable gracia
de Cristo, mucho más que habíamos perdido por la envidia del diablo, pues los
que el infernal enemigo derribó de la felicidad de la primera mansión, el Hijo
de Dios, incorporándolos a sí, los ha colocado a la derecha de su Padre.
(Beato Manuel González)