domingo, 18 de septiembre de 2016

De cómo se hace un arcipreste...

Carta abierta II

De cómo se hace un arcipreste...

Para que no caigas en la tentación de corregirme a la plana, mi bueno y santo don Manuel, te voy a ceder la palabra. Revolviendo en tus papeles, en tus muchos libros y folletos, he topado con el minucioso relato en que reproduces el diálogo que medió entre tú y el señor cardenal aquella mañanica de finales de febrero. Yo ni quito ni pongo coma de más o coma de menos.

-“No; yo no le mando ir a Huelva; está aquello tan mal, y lo que es peor, tan dividido entre los pocos buenos... Estoy tan harto de probar procedimientos para mejorarlo sin obtenerlo, que me he acordado de usted como última tentativa: al fin y al cabo usted es joven y, si se estrella en Huelva, como lo temo, el mismo que lo lleva lo puede traer. Pero, repito, esto no es un mandato, sino un deseo...”

-“Señor, los deseos de mi Prelado son para mí órdenes, ¿cuándo quiere que me vaya?”

-“No, no; ahora se va usted a su casa y, durante tres días y con completa reserva de esta conversación, madure usted este deseo mío delante de su Sagrario y vuelva después con su decisión”.

-“Espero, con la gracia de Dios, que dentro de tres días vendré aquí a decir a vuestra excelencia lo mismo que ahora le digo”.

Y tras comentar que durante esos tres días apenas si comiste y dormiste y los tremendos esfuerzos que tuviste que hacer para conservar la buena cara y hasta el buen humor ante tus padres, ante los ancianos, ante las Hermanitas, sigues escribiendo:

“Llegado el tercer día, me presenté de nuevo al señor Arzobispo: Señor, aquí me tiene para repetirle lo que le dije el otro día, ¿cuándo quiere que me vaya a Huelva?

-“Pero, ¿así?, ¿tan decidido?

-“Sí, señor; completamente decidido. Ahora que como a mi prelado le voy a hablar como al Jesús de mi Sagrario, debo decirle que me voy a Huelva tan decidido en mi voluntad como contrariado en mi gusto.”

-“¿Cómo? ¿Es que no va a gusto?”

-“Voy obedeciendo los deseos de vuestra excelencia con toda mi voluntad, pero contra mi gusto.”

-“Me lo explico y no me extraña; espero que ese desprecio de su gusto para abrazarse a la voluntad del prelado, le ayudará en su misión de Huelva.”  

En la despedida, muy cariñosa, el cardenal Spínola se te mostró todo un padre.

-“Sé que es usted muy joven, te dijo, para un arciprestazgo tan importante y para lo malo que está aquello; yo he vivido allí y lo conozco, pero ¡no importa! Vaya, pruebe y si no le va bien, se viene. Las puertas de este palacio siempre estarán abiertas para usted; y en mí siempre tiene un padre, a quien le puede contar todo, que lo recibirá con los brazos abiertos”.

Once largos años estuviste en Huelva, primero -ya lo hemos comentado tú y yo- como cura ecónomo o cura regente de la parroquia de San Pedro durante tres meses y medio, luego -durante todo el resto- como arcipreste. Los primeros seis años te resultaron todo un martirio porque eran muchos los que no querían saber nada de los curas. Pero, a partir de la huelga de los mineros, a partir -quiero decir- de todos los cientos de comidas que tuviste que improvisar para que ni chicos ni grandes se te murieran de hambre, a partir de ese derroche de tu caridad sin fijarte si la mano que te pedía era de alguno de tus feligreses o si lo era de quien no pisaba la parroquia ni atado, a partir de ese año de 1911, comenzaste a ser entre todos los onubenses lo que te piropeó un minero en la estación del tren de Riotinto: “Don Manuel, usted es el hombre más grande del mundo”. 

No lograste atraer a todos a la Iglesia y menos aún a una sincera y comprometida fe en Jesús de Nazaret; pero qué lejos quedaban ya aquellos primeros años de tu ministerio en Huelva cuando, de entre una feligresía de 20.000 bautizados de tu parroquia de San Pedro, no comulgaba ni uno solo de ellos, o cuando los chiquillos te insultaban en la calle, al verte pasar, llamándote “cuervo” y “mala pata” y, si a menos les venías, te tiraban piedras con la intención más negra de abrirte la cabeza. “¿Y qué hace usted cuando le tiran piedras?”, te había preguntado tu cardenal arzobispo. Y tú le habías respondido: “Pues, sencillamente, torearlas”.

Y qué lejos igualmente el diálogo aquel que mantuviste con el sacristán de tu parroquia en el pórtico del templo a las ocho de la mañana de tu primer día de estancia en Huelva. En tu tiempo de capellán del asilo de ancianos en Sevilla habías adquirido la costumbre de entrar en la capilla a las cinco y media para decir tu misa a las seis, después de haber oído en confesión a los que querían reconciliarse. Y las cinco y media te plantaste, como si tal cosa, en la hermosa iglesia mudéjar de San Pedro... Bueno, a la puerta de la hermosa iglesia parroquial. El templo estaba cerrado y la llave obraba en el bolsillo del sacristán. No te quedaba sino esperar con paciencia...hasta las seis, hasta las siete, hasta las ocho y pico. “¡Cómo se conoce que es usted novicio!”, te dijo, sonriendo de lástima, el sacristán. Te explicó por qué: “Aquí la gente no madruga, y los de iglesia, ¿para qué vamos a madrugar?”. Tú le pediste con toda sencillez la llave y le dijiste que él no madrugara. Tú abrirías todos los días la iglesia... a las cinco y media. El sacristán te miró extrañado. No entendía para qué querías pegarte semejante madrugón, porque “señor cura, a la misa no vienen más que dos o tres mujeres”. Hablasteis algún tiempo más. En un momento le preguntaste por las comuniones que se distribuían en la parroquia. Y ahora el extrañado ibas a ser tú al oír su respuesta: “Aquí, señor cura, se acostumbra poco eso”.

Sí, todo eso quedaba ya lejos, pero reconoce que tuviste que sufrir de lo lindo. “¡Qué días aquellos de mis primeros tiempos en Huelva!”, llegaste a escribir mucho después y en esa exclamación se adivina aún dolor que no podías arrancarte de tus recuerdos. “Yo no puedo pasar al papel la inmensa desolación en que mi alma estaba sumergida”. No sabías qué hacer, ni por dónde comenzar, ni qué caminos seguir. Sólo sabias que sobre ti pesaba la enorme responsabilidad de la re-evangelización de Huelva.

(Texto completo en: "Folletos con él"- mayo de 2001)

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