jueves, 11 de julio de 2013

Partícula para eucaristizarnos

Julio-Agosto 2013
Si queréis que vuestras palabras tengan eco de palabras de Evangelio, purificad, perfumad, ungid, robusteced y sobrenaturalizad primero vuestra ciencia, vuestra palabra y vuestro ejemplo con la meditación de cada día y con el roce del Sagrario. (En busca del Escondido, 7ª  ed., pp. X78-79)

En el hemisferio norte ha llegado el verano y muchos han comenzado las vacaciones. Se dejarán las ocupaciones del año, de la obligación de cada día y se comenzará una forma de vida distinta.
La persona se encuentra tan llena de ocupaciones y preocupaciones que busca este tiempo de descanso para «retomar fuerzas y volver a sentirse viva». Pero también durante este tiempo es necesario dar espacio para pararse y encontrar el silencio que ayude a recordar lo que verdaderamente es importante en la vida.
Descubrir y reconocer que las muchas actividades, de cualquier clase, también las parroquiales y apostólicas, nos pueden haber vaciado interiormente y, en cierta manera, nos hemos alejado de Dios, estando en ocasiones aparentemente cerca. Es posible que esto haya sucedido porque, teniendo cosas tan importantes y urgentes que hacer, hemos ido dejando la oración, el encuentro con el Señor, y hasta nos hemos convencido de que no era posible conseguir el tiempo para ello.
De ahí que los hombres de Dios tengan otra «medida». Al preguntarle en cierta ocasión al P. Arrupe cómo se las arreglaba para encontrar tiempo para los ejercicios espirituales diarios (oración personal, examen de conciencia, etc.) en medio de tanto ajetreo, contestó: Es simplemente un problema de prioridades.
«Sin la oración nuestro obrar se vuelve vacío y nuestro anuncio no tiene alma, ni está animado por el Espíritu» (Papa Francisco 22/5/2013). La oración cambia la vida de quien ora. Si esto no sucede, en lugar de ser un reclamo, los orantes se convierten en una falsedad fácil de descubrir. Sabemos que no siempre los que más oran son los más serviciales, los más trabajadores, los más solidarios, los que más caridad tienen. No es que siempre sea así, pero muchas veces lo parece, y no es posible que algo que se predica como fabuloso esté generando tantas medianías. Algo falla en la oración cristiana o en los orantes. Quizá, a veces, nos hemos detenido demasiado en su aspecto ascético (esfuerzo y dificultades) y, aunque hay que tenerlo en cuenta, no es eso lo central.
Por ello tenemos que evangelizar la oración. Esto es, presentarla como Buena Nueva del Evangelio, como la entrada de Dios en el mundo del hombre. Evangelizarla es orar como nos enseño Jesús y como Él oró. Solo Él es el modelo de la oración. La Iglesia, la comunidad cristiana, no pueden tener otra escuela ni otro magisterio. Es esto lo central de la oración cristiana.
«Recorriendo los Evangelios hemos visto cómo el Señor, en nuestra oración, es interlocutor, amigo, testigo y maestro. En Jesús se revela la novedad de nuestro diálogo con Dios. De Jesús aprendemos cómo la oración constante nos ayuda a interpretar nuestra vida, a tomar nuestras decisiones, a reconocer y acoger nuestra vocación, a descubrir los talentos que Dios nos ha dado, a cumplir cada día su voluntad, único camino para realizar nuestra existencia» (Benedicto XVI, 7/3/2012).
Es en el silencio donde podemos encontrarnos con el Señor y volver a experimentar de nuevo que no solo Él es la fuerza para seguir afrontando las dificultades de cada día, sino descubrir que Él es la fuente segura de la verdadera alegría y paz interior.
«El Bto. Manuel González interrumpía sus audiencias para “echarle” un vistazo al Señor que tenía muy cerca, y encomendarle la solución de una duda o las necesidades de una persona. Si de camino alguno de sus familiares lo entretenía, insinuaba con mucho agrado sin detenerse: “Ahora no, después. Tengo ahí un Amigo que me está esperando”» (El Obispo del Sagrario Abandonado, 6ª ed., p. 454).
Hna. Mª Leonor Mediavilla, m.e.n

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