domingo, 29 de noviembre de 2015

Despierta. Recuerda que Dios viene

El Adviento es, por excelencia, tiempo de esperanza. Un año más se nos invita a permanecer en una espera activa, con la certeza que nos asegura, como nos recordaba Benedicto XVI, "que Dios "viene": viene a estar con nosotros, en todas nuestras situaciones; viene a habitar en medio de nosotros, a vivir con nosotros y en nosotros; viene a colmar las distancias que nos dividen y nos separan; viene a reconciliarnos con él y entre nosotros. Viene a la historia de la humanidad, a llamar a la puerta de cada hombre y de cada mujer de buena voluntad, para traer a las personas, a las familias y a los pueblos el don de la fraternidad, de la concordia y de la paz".

Una espera que se teje en la oración y en el amor, donde nos hacemos conscientes de que Dios "es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros y visitarnos; porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos.

Dejémonos preparar el corazón para que el Señor lo encuentre bueno y abierto y pueda colmarlo de sus dones. Sigamos el ejemplo de María, Virgen del Adviento, "para entrar de verdad en este tiempo de gracia y acoger, con alegría y responsabilidad, la venida de Dios a nuestra historia personal y social".


¡Feliz Adviento!

miércoles, 25 de noviembre de 2015

¡¡¡De nuevo en casa!!!

Hoy, la UNER de Tenerife,  hemos celebrado nuestro retiro de Adviento. Las circunstancias quisieron que tuviéramos que hacerlo en Nazaret, y no en la casa de ejercicios como acostumbramos; y pese a lo estrechitas que estábamos porque nos juntamos más treinta, la expresión que más se oía entre todas era: ¡qué alegría encontrarnos de nuevo en casa!

Ni qué decir tiene la felicidad de las hermanas, porque ese es su mayor deseo, que Nazaret sea siempre una casa de puertas abiertas donde tengamos cabida todos. Lugar de acogida, donde puedo llegar sin previo aviso y pasar sin llamar porque nos sintamos de verdad “en casa”.
Don Daniel, nuestro asesor, tan profundo y vivencial como siempre, nos introdujo en el sentido del Adviento, un adviento marcado por la Presencia en nuestra vida de ese Dios que desde el misterio de la Encarnación hasta el de la Eucaristía es un Dios presente, que está y camina a nuestro lado, un Dios que acompaña con su amor cada instante de mi vida.

Por eso, creer en el Dios de Jesucristo en este Adviento y siempre:
  • Me exige tomarme en serio a mí mismo, porque soy hijo de Dios.
  • Implica tomarme en serio este mundo, porque en él nos está salvando Dios.
  • Me obliga a optar por los pobres, porque son los predilectos de Dios.
  • Me exige buscar la Verdad, porque nada como la mentira me aleja de Él.
  • Me lleva a comprometerme en favor de la paz y la justicia, porque en ellas se construye el Reino de Dios.
  • Y me exige vivir desde el Amor, porque sólo en el amor podemos conocer a Dios.

Y no olvidemos nunca que Dios mismo se toma muy en serio todo lo anterior, ¡para que nunca muera en nosotros la esperanza!

¡Feliz Adviento a todos!

domingo, 22 de noviembre de 2015

La cruz, signo paradójico de realeza

En este último domingo del año litúrgico, os dejamos unas palabras que pronunció, Benedicto XVI, el domingo 22 de noviembre de 2009. Ojalá nos ayuden a vivir esta última semana del año litúrgico y nos sirvan de preparación para el Adviento.



Celebramos hoy "la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, una fiesta de institución relativamente reciente, pero que tiene profundas raíces bíblicas y teológicas. El título de "rey", referido a Jesús, es muy importante en los Evangelios y permite dar una lectura completa de su figura y de su misión de salvación. Se puede observar una progresión al respecto: se parte de la expresión "rey de Israel" y se llega a la de rey universal, Señor del cosmos y de la historia; por lo tanto, mucho más allá de las expectativas del pueblo judío. En el centro de este itinerario de revelación de la realeza de Jesucristo está, una vez más, el misterio de su muerte y resurrección. 

Cuando crucificaron a Jesús, los sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: "Es el rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él" (Mt 27, 42). En realidad, precisamente porque era el Hijo de Dios, Jesús se entregó libremente a su pasión, y la cruz es el signo paradójico de su realeza, que consiste en la voluntad de amor de Dios Padre por encima de la desobediencia del pecado. Precisamente ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de expiación Jesús se convierte en el Rey del universo, como declarará él mismo al aparecerse a los Apóstoles después de la resurrección: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra." (Mt 28, 18). 

Pero, ¿en qué consiste el "poder" de Jesucristo Rey? No es el poder de los reyes y de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa. Este Reino de la gracia nunca se impone y siempre respeta nuestra libertad. Cristo vino "para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37) —como declaró ante Pilato—: quien acoge su testimonio se pone bajo su "bandera", según la imagen que gustaba a san Ignacio de Loyola. Por lo tanto, es necesario —esto sí— que cada conciencia elija: ¿a quién quiero seguir? ¿A Dios o al maligno? ¿La verdad o la mentira? Elegir a Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura la paz y la alegría que sólo él puede dar. Lo demuestra, en todas las épocas, la experiencia de muchos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de la justicia, han sabido oponerse a los halagos de los poderes terrenos con sus diversas máscaras, hasta sellar su fidelidad con el martirio. 


Queridos hermanos y hermanas, cuando el ángel Gabriel llevó el anuncio a María, le predijo que su Hijo heredaría el trono de David y reinaría para siempre (cf. Lc 1, 32-33). Y la Virgen santísima creyó antes de darlo al mundo. Sin duda se preguntó qué nuevo tipo de realeza sería la de Jesús, y lo comprendió escuchando sus palabras y sobre todo participando íntimamente en el misterio de su muerte en la cruz y de su resurrección. Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a seguir a Jesús, nuestro Rey, como hizo ella, y a dar testimonio de él con toda nuestra existencia".


lunes, 16 de noviembre de 2015

¡Atrevámonos un poco más a "primerear"!

"En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, 
dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos" (Mc 6,7)




Acogiendo la invitación del Señor a "ser una Iglesia que sale a buscar al hombre y mujer de hoy, en su realidad concreta", nos unimos en oración la tarde del viernes para prepararnos para acoger, con ilusión y cariño, el nuevo Plan Diocesano de Pastoral.








Sabiéndonos enviados a la misión, como Iglesia que sale a ofrecer el amor de Dios, porque ha experimentado que "el Señor la ha primereado en el amor", ¡atrevámonos un poco más a primerear!; involucrémonos y tomemos iniciativas sin miedo, desde la comunión para la misión que nos regala a través del Plan Diocesano de Pastoral.








Os dejamos algunas fotos








sábado, 14 de noviembre de 2015

Los profetas permiten ver el futuro con esperanza.


1. Muchas personas, reflexionando sobre la situación de nuestro mundo, se sienten consternadas y, a veces, incluso angustiadas. Las perturba constatar conductas individuales o de grupo que muestran una desconcertante ausencia de valores. Nuestro pensamiento va, naturalmente, a ciertos sucesos, algunos recientes, que, a quien los observa con atención, le producen un escalofriante sentido de vacío.
¿Cómo no interrogarse sobre las causas, y cómo no sentir la necesidad de alguien que nos ayude a descifrar el misterio de la vida, permitiéndonos mirar con esperanza al futuro?
En la Biblia, los hombres que tienen esta misión se llaman profetas. Son hombres que no hablan en nombre propio, sino en nombre de Dios, movidos por su Espíritu.

También Jesús fue un profeta ante los ojos de sus contemporáneos que, impresionados, reconocieron en él «un profeta poderoso en obras y palabras» (Lc 24, 19). Con su vida, y sobre todo con su muerte y resurrección, se acreditó como el profeta por excelencia, pues es el Hijo mismo de Dios. Es lo que afirma la carta a los Hebreos: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Hb 1, 1-2).

2. El misterio del profeta de Nazaret no deja de interpelarnos. Su mensaje, recogido en los evangelios, permanece siempre actual a lo largo de los siglos y los milenios. Él mismo dijo: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13, 31). En Jesús, su Hijo encarnado, Dios ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia, y la Iglesia vuelve a proponerla siempre con nueva confianza, sabiendo que es la única palabra capaz de dar sentido pleno a la vida del hombre.

Muchas veces la profecía de Jesús puede resultar molesta, pero es siempre saludable. Cristo es signo de contradicción (cf. Lc 2, 34), precisamente porque llega al fondo del alma, obliga a quien lo escucha a replantearse su vida y le pide la conversión del corazón.

Que la Virgen santísima nos ayude a abrirnos dócilmente a la escucha de la palabra de Jesús y a ser sus heraldos y testigos valientes y entusiastas.

(San Juan Pablo II)

sábado, 7 de noviembre de 2015

Confianza total en Dios

La Liturgia de la Palabra de este domingo nos ofrece como modelos de fe las figuras de dos viudas. Nos las presenta en paralelo: una en el Primer Libro de los Reyes (17, 10-16), la otra en el Evangelio de San Marcos (12, 41-44). Ambas mujeres son muy pobres, y precisamente en tal condición demuestran una gran fe en Dios. La primera aparece en el ciclo de los relatos sobre el profeta Elías, quien, durante un tiempo de carestía, recibe del Señor la orden de ir a la zona de Sidón, por lo tanto fuera de Israel, en territorio pagano. Allí encuentra a esta viuda y le pide agua para beber y un poco de pan. La mujer objeta que sólo le queda un puñado de harina y unas gotas de aceite, pero, puesto que el profeta insiste y le promete que, si le escucha, no faltarán harina y aceite, accede y se ve recompensada. A la segunda viuda, la del Evangelio, la distingue Jesús en el templo de Jerusalén, precisamente junto al tesoro, donde la gente depositaba las ofrendas. Jesús ve que esta mujer pone dos moneditas en el tesoro; entonces llama a los discípulos y explica que su óbolo es más grande que el de los ricos, porque, mientras que estos dan de lo que les sobra, la viuda dio «todo lo que tenía para vivir» (Mc 12, 44).

De estos dos episodios bíblicos, sabiamente situados en paralelo, se puede sacar una preciosa enseñanza sobre la fe, que se presenta como la actitud interior de quien construye la propia vida en Dios, sobre su Palabra, y confía totalmente en Él. La condición de viuda, en la antigüedad, constituía de por sí una condición de grave necesidad. Por ello, en la Biblia, las viudas y los huérfanos son personas que Dios cuida de forma especial: han perdido el apoyo terreno, pero Dios sigue siendo su Esposo, su Padre. Sin embargo, la Escritura dice que la condición objetiva de necesidad, en este caso el hecho de ser viuda, no es suficiente: Dios pide siempre nuestra libre adhesión de fe, que se expresa en el amor a Él y al prójimo. Nadie es tan pobre que no pueda dar algo. Y, en efecto, nuestras viudas de hoy demuestran su fe realizando un gesto de caridad: una hacia el profeta y la otra dando una limosna. De este modo demuestran la unidad inseparable entre fe y caridad, así como entre el amor a Dios y el amor al prójimo —como nos recordaba el Evangelio el domingo pasado—. El Papa san León Magno, cuya memoria celebramos ayer, afirma: «Sobre la balanza de la justicia divina no se pesa la cantidad de los dones, sino el peso de los corazones. La viuda del Evangelio depositó en el tesoro del templo dos monedas de poco valor y superó los dones de todos los ricos. Ningún gesto de bondad carece de sentido delante de Dios, ninguna misericordia permanece sin fruto» (Sermo de jejunio dec. mens., 90, 3).


La Virgen María es ejemplo perfecto de quien se entrega totalmente confiando en Dios. Con esta fe ella dijo su «Heme aquí» al Ángel y acogió la voluntad del Señor. Que María nos ayude también a cada uno de nosotros a reforzar la confianza en Dios y en su Palabra.

(Benedicto XVI)

viernes, 6 de noviembre de 2015

Punto de ENcuenTRO: Una Iglesia diocesana en salida misionera


Este mes oramos para que el Señor nos haga capaces de acoger este proyecto con ilusión y cariño, como una llamada que se nos hace desde dentro a vivir la ALEGRÍA DEL EVANGELIO.

¡Te esperamos!