viernes, 1 de abril de 2016

Meditaciones bíblicas sobre la Eucaristía: La Señal de la cruz

1. «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.  Amén». Así empieza la misa y así comienzan muchas acciones  nuestras. Y no nos damos cuenta de lo que hacemos, quizá porque  tenemos prisa por rezar. Nos parece que santiguarnos no es rezar,  sino un simple pórtico para rezar. No es que hagamos un garabato en el aire, apenas reconocible; lo hacemos correctamente, pero sin  detenernos, sin particular atención, porque tenemos que rezar un  Avemaría o un Padrenuestro, o vamos a celebrar la misa. Sin embargo, pocos momentos de oración hay tan intensos, tan  concentrados, como el hacer la señal de la cruz.

Imaginemos un turista que sube la escalinata de la catedral de Santiago y atraviesa velozmente el pórtico para adentrarse en las naves. Habría que agarrarlo del brazo, sujetarlo, detenerlo ante el Pórtico de la Gloria, la gloria de esos apóstoles de piedra que saludan y reciben a los visitantes. Algo así es el santiguarse, magnífico pórtico por el que nos internamos gloriosamente en la oración.

En castellano tenemos dos verbos y dos gestos: santiguarse y persignarse. «Santiguar» es una derivación popular de «santificare»; las dos formas coexisten en la lengua con significados diversos, aunque prestando su etimología a la comprensión. Están en la misma relación que mortificar y amortiguar, multiplicar y amuchiguar, testificar y atestiguar, verificar y averiguar, pacificar y apaciguar. Santiguar equivale a santificar o consagrar: su forma es una cruz y una invocación trinitaria. «Persignarse» es aumentativo o factitivo, como persuadir, perseguir, perturbar. Se ha reservado a la triple cruz «en la frente, en la boca y en el pecho». El texto que pronunciamos es una súplica de protección: «Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor». Función protectora, frente a función consacratoria, del signarse o santiguarse.

En esta primera reflexión voy a fijarme en la señal de la cruz con invocación trinitaria que encabeza nuestra celebración eucarística.

Dos elementos hay que considerar: la señal y el nombre.

2. CZ/SEÑAL: La señal es un uso cultural muy antiguo, que conserva su validez en nuestros días. Señal, marca, contraseña, etiqueta, marbete, tarja, etc.: la pluralidad de sinónimos indica la presencia multiforme de dicha práctica.

SELLO/SEÑAL: Las excavaciones en territorios del Oriente Antiguo han sacado a la luz asas de jarra con letras o signos grabados. Podían indicar el productor o el propietario de una mercancía. Grano, vino, aceite producidos y cosechados por N., o bien propiedad de N. Son innumerables los sellos en forma cilíndrica provenientes de Mesopotamia y otros en forma de escarabajo provenientes de Egipto. El artista grababa en ellos un diseño o una escena en negativo. Era un trabajo de miniatura, a veces exquisito. El cilindro se hacía rodar sobre un material blando y dejaba impresa la escena en positivo. Había sellos de anillo, otros se suspendían del cuello o de la muñeca. Podían pertenecer al rey, a un ministro, a un secretario, y se empleaban con valor jurídico en los documentos. La delegación de autoridad podía ir acompañada de la cesión del sello personal.
También el Antiguo Testamento documenta la costumbre. «El Faraón se quitó el sello de la mano y se lo puso a José» (Gn 41, 2), delegando en él su autoridad imperial. Jezabel «escribió unas cartas en nombre de Ajab, las selló con el sello del rey y las envió a los concejales y notables de la ciudad» (1 Re 21, 28). El rey Asuero dice a Ester y a Mardoqueo: «Vosotros escribid en nombre del rey lo que os parezca sobre los judíos y selladlo con el sello real, pues los documentos escritos en nombre del rey y sellados con su sello son irrevocables» (Est 8, 8; cfr. 3, 12). Ya el patriarca Judá llevaba su sello personal colgado de un cordel (Gn 38, 18.25). Jeremías usa la imagen del sello para indicar una pertenencia muy personal del rey al Señor: «¡Por mi vida, Jeconías, aunque fueras el sello de mi mano derecha, te arrancaría! » (jr 22, 24). Según el profeta Ageo, el Señor dice a Zorobabel: «Te haré mi sello, porque te he elegido» (Ag 2, 23).
Así se indicaba la procedencia y la pertenencia: un edicto emanado del rey, una casa propiedad de un personaje. La costumbre pervive en nuestros días con cambios accidentales. Gran parte de la publicidad, sí no toda ella, se monta sobre la marca, que el consumidor debe reconocer. Vemos una circunferencia con tres radios y reconocemos la marca del coche. Lo mismo sucede con detergentes, licores y películas. Existe la marca o marco de calidad.
Pero también pone uno una marca, un ex-libris, en sus libros y se bordan unas letras en sábanas o pañuelos. La costumbre moderna es tan sabida, tan consabida, que hasta podemos recibir su impacto de forma subliminar. Y por ella entendemos sin dificultad bastantes textos de la Biblia.

3. Marca y señal en la Biblia. Voy a comentar unos cuantos textos en que la marca dice posesión o tiene función protectora. Job recita su alegato y después se lo entrega a Dios diciendo: ¡Aquí está mi firma! o mi marca (Job 31, 35). El sumo sacerdote ostentaba una diadema con una joya en la cual estaba grabado «Consagrado al Señor» (Ex 28, 36-37). Isaías Segundo anuncia la restauración del pueblo, su entrega al Señor: 44, 5: Uno dirá: Soy del Señor, otro se pondrá el nombre de Jacob; uno se tatuará en el brazo: Del Señor, y se apellidará Israel.*

Como el propietario marcaba en el asa del cántaro su nombre, en señal de propiedad, así los israelitas se marcan en el brazo el nombre de su Señor y dueño.
Hacia el final del Cantar de los Cantares, ella habla apasionadamente: «Grábame como un sello en tu brazo, como un sello en tu corazón» (Ct 8, 6). Quiere ser plenamente del otro, estar en él sin separarse jamás. No le pide que grabe su nombre en brazo y corazón, sino «grábame» a mí, para ser totalmente tuya. Es lo que ha dicho en otros términos: «Mi amado es mío y yo soy suya» (2, 16). Es la unión del amor, fuerte como la muerte. El queda marcado con ella, para siempre.

El poeta del destierro aplica audazmente la imagen a Dios. Jerusalén, la ciudad que personifica al pueblo, es la esposa del Señor. Se queja de que su marido la haya olvidado, y él protesta: «En mis palmas te llevo tatuada, tus muros están siempre ante mí» (Is 49, 16). Como si llevara debajo de la piel un diseño de la ciudad para recuerdo imborrable.

Está también la marca protectora. «El Señor marcó a Caín, para que no lo matara quien lo encontrara» (Gn 4, 15). Esa señal indica que está bajo la jurisdicción directa del Señor y que a nadie le está permitido hacer justicia en el homicida. Ezequiel desarrolla el tema en una visión. «Por sus pecados Jerusalén está condenada», y el Señor despacha a los ejecutores de la sentencia. Conviene leer el texto:

Ez 9, 1: Entonces le oí llamar en voz alta: -Acercaos, verdugos de la ciudad, empuñando cada uno su arma mortal. 2: Entonces aparecieron seis hombres por el camino de la puerta de arriba, la que da al norte, empuñando mazas. En medio de ellos un hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura. 3: Al llegar se detuvieron junto al altar de bronce. La gloria del Dios de Israel se había levantado del querubín en que se apoyaba, yendo a ponerse en el umbral del templo. Llamó al hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura, 4: y le dijo el Señor:
-Recorre la ciudad, atraviesa Jerusalén y marca en la frente a los que se lamentan afligidos por las abominaciones que en ella se cometen.
5: A los otros les dijo en mi presencia:
-Recorred la ciudad detrás de él, hiriendo sin piedad ni compasión. 6: A viejos, mozos y muchachas, a niños y mujeres, matadlos, acabad con ellos; pero a ninguno de los marcados lo toquéis. Empezad por mi santuario.

Marca, en hebreo, se dice tau, o sea, la letra «tau», que antiguamente se escribía con dos trazos en cruz. El escribano va marcando la «tau», la cruz, en la frente; una señal que significa «fieles al Señor», y en virtud de la cual se salvan de la matanza. Es una garantía patente que han de respetar los verdugos. Algo parecido a aquella marca de sangre en jambas y dinteles de las puertas, cuando por las vías de Egipto pasaba el exterminador cobrando tributo de primogénitos. (Ex 12, 23). O como la cinta roja en la casa de Rajab, junto a la muralla de Jericó, que sirvió para salvar a toda la familia (Jos 2, 81).

El Apocalipsis recoge y transforma la escena de Ezequiel:

AP 7, 2:
Vi después un ángel que subía de oriente llevando el sello de Dios vivo. Con un grito estentóreo dijo a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y el mar: 3: -No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente con el sello a los siervos de nuestro Dios. 4: Oí también el número de los marcados: ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de Israel.

4. Con los textos precedentes hemos pasado del contexto cultural genérico al contexto religioso de la Biblia. Un par de veces nos ha salido ya el nombre como señal. En la diadema del sumo sacerdote,
en el tatuaje de los fieles al Señor. El nombre puede ser la marca o parte de ella. Nosotros reconocemos el coche por esa circunferencia con tres radios y también por su nombre, Mercedes.

El hijo lleva el nombre del padre, de quien procede: Ezequiel hijo de Buzi, Jeremías hijo de Jelcías. El templo lleva el nombre del Señor; los altares se dedican invocando el nombre del Señor. La bendición se realiza «imponiendo», invocando el nombre del Señor sobre la comunidad.

5. BAU/FORMULA: En contexto cristiano, San Pablo nos dice que «donde hay un cristiano, hay una nueva creación» o nueva humanidad; hay un origen nuevo, un pertenecer nuevo. El cristiano
se incorpora por la fe a Cristo y queda marcado. El bautismo es una señal, una marca vitalicia que no se borra; esa marca es nada menos que el sello del Espíritu, impuesto por Dios; con él Dios santifica (o santigua), consagra. Desde ese momento hay un hombre nuevo, porque es hijo de Dios. Al ser adoptado recibe una participación de vida divina, empieza a vivir con un aliento nuevo.

Ef 1, 13:
Y por él también vosotros, después de oír el mensaje de la verdad, la buena noticia de vuestra salvación, por él, al creer, fuisteis sellados con el Espíritu Santo prometido, garantía de nuestra herencia, para liberación de su patrimonio, para himno a su gloria.

4, 30:
No irritéis al Espíritu de Dios, que os selló para el día de la liberación.

El nacimiento a vida nueva se expresa eficazmente en el símbolo del agua como seno fecundo de la Iglesia; se añade como gesto la señal de la cruz y la invocación o dedicación al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Señal y nombre.

Hace falta una aclaración importante, porque la fórmula castellana «en el nombre de» puede entenderse mal. Hemos visto en hebreo dos casos de consagración al Señor con la expresión leyahwe, o sea, la preposición de entrega o pertenencia y el nombre personal (Ex 28, 36 e Is 44, 5); en otros casos se emplea el término «nombre»:

2 Sm 7, 13:
El edificará un templo en mi honor / a mi nombre (lismi).

1 Re 3,2:
Un templo en honor del Señor (lesem Yhwh).

Mal 1, 11:
Ofrecen sacrificios y ofrendas a mi nombre (lismi).

En cambio, para significar que se actúa «en nombre de otro», en representación de alguien, el hebreo emplea la preposición be-: Ex 5, 23; Dt 18, 20.22; 1 Sm 25, 5.9; 1 Re 22, 16; Jr 20, 9, etc. En el primer grupo el traductor griego usó el dativo, tô onomati; en el segundo usó en onomati. La fórmula bautismal de Mt 28, 19 emplea una fórmula inequívoca de consagración «al nombre ... », eis to onoma. En castellano, cuando uno hace o actúa «en nombre de», está representando a otra persona entidad; pero no se usa la expresión «consagrar, dedicar al nombre de N», sino sencillamente «dedicar a N»; sí aceptamos «poner a nombre de», como traspaso de posesión. Por eso puede resultar engañosa la fórmula bautismal «te bautizo en nombre del Padre»; como si el oficiante actuara en representación del Padre. El verdadero sentido es una dedicación total, una consagración, un poner a nombre de la Santísima Trinidad.

6. Así de grande es la señal de la cruz y el nombre trinitario sobre esa criatura, que empieza a ser «superhombre», hijo de Dios marcado para siempre. Pero nuestra vida no es sólo el hecho radical ontológico, el fundamento último indestructible, porque nosotros somos conciencia y libertad. Nuestro ser profundo se va desarrollando o articulando a lo largo de acciones minúsculas o grandes, cotidianas o decisivas, íntimas o patentes, de las cuales tenemos conciencia, nos acordamos o nos olvidamos. El hombre es un ser unitario, profundo, que se realiza en múltiples facetas.
Por el hecho de actuar como cristiano, podemos decir que toda la actividad de un hombre marcado brota marcada. Pero, dado que nos poseemos por la conciencia refleja y poseemos nuestro obrar por la libertad, queremos marcar conscientemente cada obra y actividad nuestra, cada día nuestro, con la marca o señal del cristiano. Lo profundo que subsiste en nuestro existir va a manifestarse en una actividad que emprendemos, en el nuevo día que amanece trayéndonos el programa de nuestras tareas y quién sabe si alguna propina imprevista. Entonces santiguamos ese día, ese viaje, esa tarea, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Marcamos nuestra actividad y nuestro reposo, gozos y dolores con la señal de la cruz y el nombre trinitario, y así vamos realizando nuestro ser cristiano a lo largo de la vida. Y también nuestra muerte
será marcada con la señal de la cruz. No que obras y acciones necesiten una nueva consagración, cuando el manantial de la existencia está ya consagrado por el bautismo; es que añadimos a cada acto el esplendor de la conciencia, el dinamismo de la libertad.

¿Y qué significa marcar nuestra actividad con la señal de la cruz?

La cruz significa sacrificio por amor, es muerte para la resurrección. La señal de la cruz sobre nuestras obras significa anular nuestro egoísmo y liberar para el amor. Significa renunciar a la vanidad, al prestigio, al afán de poseer o dominar, para consagrar la obra a Cristo. Es un sacrificio propio para una vida más alta. Una obra que realizo por pura vanidad no puede llevar la señal de la cruz, no está crucificada, no está santiguada cristianamente; una obra de apostolado por amor al prójimo está ofrecida y consagrada:

Rom 14, 7:
Porque ninguno de vosotros vive para sí, ninguno muere para sí. 8: Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor: en vida o en muerte somos del Señor.

Anular el sentido egoísta de una acción es marcarla con la cruz; es también liberarla y dejarla disponible para un dinamismo nuevo, trinitario. He aquí la grandeza y la responsabilidad de santiguarse.
Pues bien, cuando comenzamos la obra más importante de la semana o del día, al empezar la Eucaristía, nos santiguamos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y el sentido trinitario de la celebración eucarística, que volverá a expresarse en varios momentos, queda proclamado desde el principio.

LUIS ALONSO SCHÖKEL
MEDITACIONES BÍBLICAS SOBRE LA EUCARISTÍA
SAL-TERRAE SANTANDER 1987. Págs. 9-17
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* Todas las citas bíblicas están tomadas de la Nueva Biblia Española, traducida por L. ALONSO SCHÖKEL y J. MATEOS (Madrid 1975).


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