Salta a la vista que D.
Manuel poseyó una personalidad amplia, rica y completa. Dotado de una
inteligencia ágil e intuitiva, y de una sensibilidad delicada, captadora de los
más finos matices, que le hicieron ganar a pulso numerosos títulos que lo
convierten en un obispo de talla excepcional.
Y no es ciertamente el menor
el de Escritor fecundo. Porque desde
el 8 de noviembre de 1907, en que funda la revista “El Granito de Arena”, su
pluma no se cansó de moverse a lo largo de treinta y dos años, siempre al
servicio de Dios y de su Iglesia.
Escribió innumerables obras.
Pasan de cinco mil las páginas publicadas por don Manuel en una multitud de
libros y folletos. Sin contar los numerosísimos artículos en el “Granito de
Arena”, sus Cartas pastorales, su Epistolario y el “Diario de apuntes íntimos”.
Ningún tema, pastoral, espiritual,
educativo, catequístico, sacerdotal, eucarístico o mariano le fue ajeno. Se interesó
por todo, habló de todo, y escribió de todo cuanto estuvo a su alcance, en el plano
preferentemente pastoral y eucarístico, donde brilla con luz propia como astro
de primera magnitud.
Y todo esto en medio de una
vida densamente llena de iniciativas apostólicas, parroquiales y episcopales.
En la que se van incrustando, a impulsos de su celo pastoral, todo un largo
rosario de obras escritas aprovechando los pequeños descansos y los fugaces
paréntesis.
Agudamente Campos Giles evoca
a Santa Teresa cuando estudia “El secreto de su pluma”. Si la mística doctora
de Ávila tenía que tomar de nuevo el sendero de sus interrumpidas páginas,
excusándose humildemente con aquel gracioso inciso de “perdonen mis hijas que
muy mucho me he divertido”, el próximamente santo aprovecha cualquier
oportunidad y coyuntura para redactar sus escritos, y es precisamente en la
estancia de Gibraltar y Madrid, durante su destierro de Málaga, cuando más
rinde su apostólica pluma.
Vida intensísima la de
nuestro D. Manuel en oración, en acción, en fundaciones y en escritos. Fecundidad
prodigiosa la suya, al servicio de Dios, de la Iglesia, de la Eucaristía, de
las almas. La clave de este ritmo desbordante y desbordado hay que buscarla en
su interioridad cristocéntrica: “Como el discípulo predilecto, tuvo la santa
osadía de pasarse la vida reclinado sobre el pecho del Amado. E iba contando,
una a una, en la hora silenciosa del Amor, las palpitaciones del Corazón de
Cristo”.
La Eucaristía y el Evangelio
fueron sus principales y perennes fuentes de inspiración. Fue ante todo un apóstol
de la Eucaristía y un buscador de fórmulas geniales para “eucaristizar” a las
almas, como él solía decir.
Basta ojear cualquier
escrito de don Manuel para apreciar al instante las sencillas coordenadas de
toda su espiritualidad, centrada en el Evangelio y en la Eucaristía asimilada.
Notas
estilísticas
Pocos autores poseen una
impronta más definitoria y un estilo más personal que don Manuel González. Se
han señalado cuatro notas características que lo hacen inimitable y único:
transparencia, originalidad, humor y unción.
Tan hondo impacto produjeron
sus obras por razón de su fondo y de su forma, que Ricardo León llegó a
comentar entusiasmado: “¡Cuánto envidio su estilo! ¡Qué no daría yo por tener
esa sencillez inimitable con que escribe!” El gran pedagogo don Andrés Manjón
comentaba así la recién aparecida revista “El Granito de Arena”, donde
palpitaba la pletórica personalidad de su director: “Está escrita en cristiano
y en andaluz, con mucha gracia y mucha claridad y sustancia”.
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