martes, 9 de agosto de 2016

Escritor Fecundo





Salta a la vista que D. Manuel poseyó una personalidad amplia, rica y completa. Dotado de una inteligencia ágil e intuitiva, y de una sensibilidad delicada, captadora de los más finos matices, que le hicieron ganar a pulso numerosos títulos que lo convierten en un obispo de talla excepcional.
Y no es ciertamente el menor el de Escritor fecundo. Porque desde el 8 de noviembre de 1907, en que funda la revista “El Granito de Arena”, su pluma no se cansó de moverse a lo largo de treinta y dos años, siempre al servicio de Dios y de su Iglesia.

Escribió innumerables obras. Pasan de cinco mil las páginas publicadas por don Manuel en una multitud de libros y folletos. Sin contar los numerosísimos artículos en el “Granito de Arena”, sus Cartas pastorales, su Epistolario y el “Diario de apuntes íntimos”.

Ningún tema, pastoral, espiritual, educativo, catequístico, sacerdotal, eucarístico o mariano le fue ajeno. Se interesó por todo, habló de todo, y escribió de todo cuanto estuvo a su alcance, en el plano preferentemente pastoral y eucarístico, donde brilla con luz propia como astro de primera magnitud.

Y todo esto en medio de una vida densamente llena de iniciativas apostólicas, parroquiales y episcopales. En la que se van incrustando, a impulsos de su celo pastoral, todo un largo rosario de obras escritas aprovechando los pequeños descansos y los fugaces paréntesis.

Agudamente Campos Giles evoca a Santa Teresa cuando estudia “El secreto de su pluma”. Si la mística doctora de Ávila tenía que tomar de nuevo el sendero de sus interrumpidas páginas, excusándose humildemente con aquel gracioso inciso de “perdonen mis hijas que muy mucho me he divertido”, el próximamente santo aprovecha cualquier oportunidad y coyuntura para redactar sus escritos, y es precisamente en la estancia de Gibraltar y Madrid, durante su destierro de Málaga, cuando más rinde su apostólica pluma.

Vida intensísima la de nuestro D. Manuel en oración, en acción, en fundaciones y en escritos. Fecundidad prodigiosa la suya, al servicio de Dios, de la Iglesia, de la Eucaristía, de las almas. La clave de este ritmo desbordante y desbordado hay que buscarla en su interioridad cristocéntrica: “Como el discípulo predilecto, tuvo la santa osadía de pasarse la vida reclinado sobre el pecho del Amado. E iba contando, una a una, en la hora silenciosa del Amor, las palpitaciones del Corazón de Cristo”.

La Eucaristía y el Evangelio fueron sus principales y perennes fuentes de inspiración. Fue ante todo un apóstol de la Eucaristía y un buscador de fórmulas geniales para “eucaristizar” a las almas, como él solía decir.
Basta ojear cualquier escrito de don Manuel para apreciar al instante las sencillas coordenadas de toda su espiritualidad, centrada en el Evangelio y en la Eucaristía asimilada.

Notas estilísticas

Pocos autores poseen una impronta más definitoria y un estilo más personal que don Manuel González. Se han señalado cuatro notas características que lo hacen inimitable y único: transparencia, originalidad, humor y unción.


Tan hondo impacto produjeron sus obras por razón de su fondo y de su forma, que Ricardo León llegó a comentar entusiasmado: “¡Cuánto envidio su estilo! ¡Qué no daría yo por tener esa sencillez inimitable con que escribe!” El gran pedagogo don Andrés Manjón comentaba así la recién aparecida revista “El Granito de Arena”, donde palpitaba la pletórica personalidad de su director: “Está escrita en cristiano y en andaluz, con mucha gracia y mucha claridad y sustancia”.

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