Martes I de Cuaresma
Is 55, 10-11
Sal 33
Mt 6, 7-15
En la palabra Padre está el fundamento de la Piedad y de toda oración, a saber: la confianza sin cansancio en la misericordia sin medida ni fin de Dios, como Padre en toda la extensión del sentido de ese nombre, el más grande en los cielos y en la tierra..., o sea, confianza en Dios Autor, Conservador, Providencia, Médico, Perdonador, Remunerador, Consejero, Consolador, Amigo...
En la palabra nuestro está la condición esencial de toda oración, a saber: el amor a los hermanos, empezando por el Mayor, Jesús...; ese pedir todos para todos es no excluir a ningún prójimo de mi amor. ¡Ah, sí nos fijáramos un poquito en ese carácter colectivo, familiar, fraternal, que Jesús en su Evangelio, y la Madre Iglesia en su liturgia dan a todas sus oraciones! ¡Cómo no nos sentiríamos tan alejados y tan despegados los unos de los otros! ¡Cómo se cumplirían mejor los dos preceptos fundamentales a que se reduce toda la ley moral: amor a Dios sobre todo y amor al prójimo como nos amó Jesús!
En la palabra que estás en los cielos está el premio definitivo de toda oración: ¡Los cielos! ¡La glorificación suma de Dios y la suma felicidad del hombre! ¡No es esa, en definitiva, la aspiración de todo el que ora bien, como de todo el que obra bien?
(Beato Manuel González)
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