lunes, 2 de febrero de 2015

Partícula para eucaristizarnos. Febrero

«Una María es una persona corta para contar:
Cuando se trabaja por tan puro amor compasivo como la María,
no queda tiempo, ni ganas, ni interés
en presentar la cuenta ante el tribunal humano 
para que se la pague»

(cf. Florecillas de Sagrario: OO.CC. I, 627)



En nuestra sociedad es poco común ver gestos desinteresados y gratuitos. Todo se compra y se paga, no solo los bienes materiales, sino también la diversión, el trabajo, la enseñanza. Esto muestra que la cultura actual nos está convenciendo de la importancia de la egolatría como medio para ser más eficaz e importante. Se realzan como factores dominantes la comodidad, el éxito personal y la abundante posesión de bienes. Parece que la generosidad no tiene cabida en la vida.

Hasta muchas veces constatamos que, valores tan nobles como la amistad y el amor, pueden esconder una gran carga de intereses personales. Más aún, amar al que nos ama o ser servicial y simpático con quien lo es con nosotros, pueden continuar siendo las actitudes egoístas de quienes son movidos por la preferencia y la predilección.

Jesús quería y pensaba en una sociedad en la que los hombres y mujeres aprendiéramos a amar, no a quien mejor nos paga, sino a quien más nos necesita. «Cuando ofrezcas un banquete, llama a pobres, mancos, cojos, ciegos, y serás bienaventurado, ya que ellos no tienen para recompensarte; pues tú serás recompensado en la resurrección de los justos» (Lc 14,13-14). Por eso sería más noble que nos preguntemos y nos respondamos con sinceridad, qué buscamos cuando nos acercamos a los demás.

La gratuidad es pensar y actuar hacía los demás, hacia fuera, no hacia dentro. Es más fácil y, aparentemente satisfactorio, realizar un acto ostentoso por el cual nos aplaudan y nos feliciten, que con sencillez darnos a los otros sin conseguir ninguna ganancia, porque lo normal es procurarse el propio brillo, estar por encima de los demás, no querer ofrecer nuestra luz a los demás. «Todo es gracia (…) no tengo riquezas, mi riqueza es solo el don que he recibido: Dios. Esta gratuidad: ¡es nuestra riqueza!». «La predicación evangélica nace de la gratuidad, del estupor de la salvación que llega; lo que yo he recibido gratuitamente, debo darlo gratuitamente» (Papa Francisco 11/6/2013).

Ayudar a los demás sin hacer distinciones; pararse ante una persona que necesita; actuar con discreción y sencillez apareciendo y desapareciendo en el momento oportuno; resolver las situaciones que afectan a las personas en la medida de las posibilidades o buscar los medios para lograrlo, es saber amar con gratuidad y generosidad.

El creyente verdadero practica la generosidad en silencio, sin reflectores y sin propagandas en los medios sociales. Gratuitamente. Solo de esta manera será favorecido con la alegría interior, con la paz de Dios. Quien sigue a Jesús es consciente de las consecuencias que se derivan al ir por ese camino; su manera de actuar resultará ilógica, incómoda y molesta para mucha gente, pero, del mismo modo, sabe que esas actitudes llevan a la salvación definitiva, la que nos dio Él.

«El señor Obispo se acercará a ese pueblo, lo amará con toda la inmensa locura de un corazón enamorado del pobrísimo Jesús (…). Y como la gran limosna que el pueblo necesita es el cariño, el corazón, él se lo entregará a todos sin esperar nada, que no busca en ello más que hacer el bien y alegrar a Dios» (J. Campos Giles, El Obispo del Sagrario abandonado, 6ª ed., p. 246).

Hna. Mª Leonor Mediavilla, m.e.n.

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