jueves, 24 de marzo de 2016

En la noche en que había de ser entregado (1 Cor 11,23)


Para mí la línea que divide a la humanidad en dos grandes mitades la ha trazado el Jueves Santo.

En la tarde de ese día se creó el Sagrario. Yo creo que más que la diversidad de razas, el grado de cultura o de libertad de los pueblos, y el rango de los imperios y de las estirpes, diferencia a los hombres esta condición: Hombres con Sagrario y hombres sin él.

Escudríñese a la luz de la fe católica lo que significan estas dos palabras que se inventaron aquel mismo día: Sagrario y Comunión, y se deducirá que los hombres que están en posesión de ellas tienen con respecto a los que no las conocieron más diferencias, infinitamente más, que las que existieron entre los griegos y los romanos, entre los esclavos y los libres.

Estos tránsitos sociales han hecho gozar a los hombres de un poco o un mucho de bien, pero limitado y relativo.

El tránsito de no tener Sagrario a tenerlo ha puesto al hombre en goce y posesión de el Bien absoluto y sin limita­ciones.
Con todos aquellos bienes aun cabía llamarse y ser pobre y desdichado. Con este Bien del Sagrario se acabaron de verdad todas las pobrezas y desdichas de los hombres. ¿Que aun siguen mendigando y gimiendo?
Es verdad, pero es que seguramente esos hombres no han leído y mucho menos entendido la hoja del almanaque de este día cuando dice: JUEVES SANTO.



¡Si se enteraran, si se enteraran!

Marías, Discípulos de san Juan: ésa es vuestra misión: enseñar o recordar a los hombres que hay Jueves santo, que hay que agradecerlo siempre.

(Beato Manuel González)

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