sábado, 12 de marzo de 2016

¡Si fueran a Él los pecadores!


¿Y si los pecadores, si nosotros los pecadores, cuando el remordimiento nos carcome y la vergüenza de nuestras indignidades enrojece nuestras caras, cuando el demonio de la desesperación nos empuja a quitar remordimientos con el falso placer de pecados nuevos y nos cierra los ojos y el corazón para que no vean ni sientan la mirada siempre compasiva de Jesús, nos pusiéramos a orar ante Jesús del Sagrario y decirle la palabra de confianza: Padre; y la de confesión: pequé contra el cielo y contra Ti; y la de asco de sí: no soy digno de ser llamado hijo tuyo (Lc 15, 22), y la petición humilde de: recíbeme siquiera como a uno de tus criados, como el pródigo del Evangelio; y fuéramos a llorarle como la Magdalena y san Pedro, y con los ojos entornados por la confusión, y la boca abierta por la confianza, le repitiéramos el "ten piedad de mí, que soy un pecador" (Lc 18, 13) del humilde publicano...

¡Cómo sentiríamos la opresión de sus brazos sobre nuestros hombros y cuello, y el beso del perdón sobre nuestra frente y el "vete en paz, hijo, que tus pecados están perdonados" (Mt 9, 2) o el "Yo tampoco te condeno " (Jn 8, 11)

(Beato Manuel González)

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