sábado, 27 de diciembre de 2014

En la Fiesta de San Juan, apóstol y evangelista


Al día siguiente estaba Juan con dos de sus discípulos. Viendo pasar a Jesús, dijo: ---Ahí está el Cordero de Dios. Los discípulos, al oírlo hablar así siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les dijo: ---¿Qué buscáis? Respondieron: ---Rabí --que significa maestro--, ¿dónde vives? Les dijo: ---Venid y ved. Fueron, pues, vieron dónde residía y se quedaron con él aquel día. Eran las cuatro de la tarde. 
(Jn 1, 35-39) 



Eran las cuatro de la tarde cuando esta invitación se hacía. Misterio de aquella noche entera de magisterio de Jesús con dos rudos pescadores, ¡cómo nos haces sentir las palpita­ciones de un Corazón dispuesto a hacer locuras por iluminar a las almas y cómo haces presentir el misterio dulce, suave e iluminador de tantas noches y de tantos días de Sagrario! 
¿Qué ha estado diciendo Jesús aquella noche a Andrés y a Juan? 

No lo dice el Evangelio. Lo que sabemos es que han salido conociendo quién es Jesús y amándolo con la efusión del celo más activo por buscarle conocedores y amadores. Andrés busca y trae a Jesús a su hermano Simón, el que debía ser cimiento de su Iglesia. Probablemente Juan trae a su hermano Santiago. Después, de estos cuatro discípulos, sacará Jesús cuatro grandes Apóstoles. 

Y sabemos también que con ese conocimiento y amor del Maestro, debieron sacar un amor fraterno, tan efusivo, tan palpitante, tan nuevo, que más tarde, en los últimos encar­gos, cuando tenía que separarse de ellos, para ir al Padre, les ha podido dejar esta consigna: "En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros" (Jn 13, 35) 

¿Amo yo así? 

Si tengo que hacer de maestro algunas veces por ser sacerdote, padre de familia, catequista, o simple consejero, ¿atraigo y uno a mí a los que he de enseñar por la humildad o el amor? 

Jesús ni en el Evangelio ni en la Eucaristía es Maestro de mala cara, de palabra áspera, ni de corazón duro. 

Como discípulo que soy de Jesús, ¿me lo conocen las gentes en lo bien que trato y quiero a todos mis condiscípulos, a todos, a buenos y a malos? 

Espíritu santo, ¡que yo ame así! 
(Beato Manuel González)

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