lunes, 8 de diciembre de 2014

Madre Inmaculada


Si nadie va al Padre sino conociendo y amando al Hijo, 
nadie puede esperar ir al conocimiento y trato amoroso del Hijo 
sino por Ti, Madre querida.

Reclinado sobre tu regazo encontraron a Jesús las primicias de la gentilidad y de los judíos, los reyes y los pastores; al pie de la Cruz de Jesús Redentor, recogiendo su sangre y los últimos latidos de su Corazón, te encuentran siempre todos los redimidos; sentada a la derecha de Jesús glorificador, ejerciendo la omnipotencia suplicante, te cantan todos los ángeles y santos del cielo, y cerca, muy cerca de cada Sagrario en donde mora tu Hijo Sacramentado, estás también Tú, preparándole y multiplicándole comensales.

Es designio de Dios, manifiestamente revelado y comprobado en los libros santos y en la historia grande de la Iglesia como en la menuda de cada alma, que Jesús no se dé sino por María.

Inmaculada Madre María, dispensadora del más rico don de los cielos y de la tierra. Dadora de Jesús mortal en el Evangelio, de Jesús glorioso en el cielo y de Jesús Sacramentado en el Sagrario, para gloria de tu Hijo, que goza en darse, y para delicia tuya, que es dárnoslo, despierta en torno de cada copón muchas hambres de comerlo, de hablarle, de mirarlo sin verlo, de escucharlo sin oírlo, de bañarse en miradas suyas, de ungirse en la virtud que exhala su Cuerpo Sacramentado, y de perfumarse en el olor de sus virtudes eucarísticas...

Madre Inmaculada, Tú que recibiste más abundantemente que ninguna pura criatura los frutos de la salvación y del magisterio de Jesús, siendo su primera redimida con redención preservativa de todo pecado y su primera y mejor discípula, enséñanos a aprovecharnos de la salvación y del magisterio con que en silencio nos brinda desde la Eucaristía.

(Beato Manuel González)

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