martes, 17 de marzo de 2015

Sin levantarse no se anda

¡Con qué relieve aparece ante mis ojos ésa que después de todo es una verdad de sentido común!: que para andar aunque sea un solo paso es menester levantarse.

El «levántate» que hacía andar a los paralíticos, desper­taba a los dormidos y echaba fuera de sus tumbas a los muertos, ¿qué ha conseguido de mí? Porque es cierto que a mi oído ha llegado más de una vez en los buenos ratos que siguen a una fervorosa Comunión o acompañan a una visita al Sagra­rio, el «levántate» de aquellos milagros y también es cierto que después he seguido cojeando con una vida de frecuentes caídas y recaídas, o me he vuelto a dormir en el sueño de la tibieza o ¡qué pena! me he vuelto a morir y me han llevado otra vez a la tumba...


Y, sin embargo, sin levantarnos, nada podemos hacer ni en la obra de Dios, que es su gloria, ni en la obra del prójimo y nuestra, que es la santificación.

A la luz de esta consideración tan rudimentaria, he visto la causa de la infecundidad de no pocas acciones y empresas dirigidas al parecer por espíritu cristiano y para fines cristianos.

El secreto de esa infecundidad está en que los que así obran son gentes que se empeñan en realizar ese contrasenti­do. Andar y hacer andar sin levantarse ellos del pecado o de la tibieza...

Vosotros que andáis empeñados en la gran obra de la compañía del Sagrario abandonado, ¿habéis empezado por levantaros? ¿Tratáis cada día de oponer al «descansa ya, déjalo todo» que os susurra al oído la sensualidad o el amor propio, el «levántate» que el Maestro bueno del Sagrario os dice tantas veces...?

(Beato Manuel González)

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