¡Qué pena y vergüenza da escribir:
cansados de Jesús! De Él,
¡tan incansable en estarse en el Sagrario,
con ansia de ganas de dar
pan, paz, salud, perdón,consuelo
y vida eterna al que se le acerque y pida!
(Florecillas de Sagrario: OO.CC. I, 642)
Sin duda, hoy son muchos los que pasan de Dios y viven en una actitud de total indiferencia ante cualquier llamada religiosa, convencidos de que eso ya «no está de moda». Se dicen cansados y Dios apenas significa gran cosa en sus planteamientos y en las actitudes que configuran la vida. Se justifican afirmando que Dios es un ser distante, que dirige la vida de los hombres desde una lejanía infinita y no se dan cuenta de su presencia cercana y deseo de amistad en el interior de su vida diaria.
También los cristianos podemos caer en una actitud de cansancio y de no acoger la salvación de Dios, porque tenemos una fe que confesamos solo verbalmente tantas veces; nos daremos cuenta de ello si vivimos convirtiéndonos, o solamente nos limitamos a creer en la conversión; o si verdaderamente amamos o nos limitamos a creer en el amor y no dejamos de ser los egoístas de toda la vida. Como dice el Papa Francisco: «También nosotros tantas veces lo rechazamos, preferimos quedarnos cerrados en nuestros errores, en la angustia de nuestros pecados. ¡Pero Jesús no desiste y no deja de ofrecerse a sí mismo y su gracia que nos salva! Jesús es paciente, sabe esperar y nos espera siempre» (5/1/2014).
Entonces, lo verdaderamente grandioso es que, aunque nosotros nos cansemos, Dios sigue viniendo a nosotros de muchas maneras, seguirá llamándonos y brindándonos su salvación sin cansarse. De tal forma que si nuestro corazón se ha alejado de Él, nosotros seguimos estando en su corazón. A pesar de nuestros olvidos seguimos siendo seres amados por Él, y sus deseos son de «dar pan, paz, salud, perdón, consuelo y vida eterna al que se le acerque y pida».
Así lo expresó el famoso y genial escritor inglés, Gilbert Keith Chesterton, al que una vez le preguntaron: «Si Jesús viviera en nuestro mundo actual, ¿qué cree usted que estaría haciendo?».
Chesterton, después de pensarlo un momento, respondió: «Él está viviendo en nuestro mundo actual. Él está viviendo en nosotros y amándonos».
Dios está presente en nuestra vida, prometiendo, garantizando y abriendo camino. Más que encima de nosotros, a Dios lo tenemos delante de nosotros, dentro de nosotros y junto a nosotros. «¡No agradeceremos nunca suficientemente al Señor por el don que nos ha hecho con la Eucaristía! Es un don muy grande (…) este Pan que es el Cuerpo de Jesucristo y que nos salva, nos perdona, nos une al Padre» (Papa Francisco 5/2/2014).
Muchas personas cambarían su actitud para con Dios si nosotros les ayudásemos a descubrir y les mostrásemos con nuestra manera de vivir que se ha quedado presente en la Eucaristía porque solo quiere la vida y la felicidad de los hombres y mujeres, y que no sabe ni puede hacer otra cosa más que amarnos.
El beato Manuel González «se complacía en meditar y saborear el amor de Jesús en el Sagrario, personal y concreto… a mí, al que le estoy hablando, al que tiene tantas miserias. A mí, a mí, y el corazón se le llenaba de gozo».
Por eso expresaba lo que debía ser su apertura a ese don: «Oblata del pan y vino de la Misa, con vuestra transubstanciación en el Cuerpo y Sangre de Cristo, ¡qué bien predicáis al Obispo el deber esencial, la ocupación única, la razón del ser y del poder de su episcopado, a saber, vaciarse totalmente de sí y llenarse enteramente de Jesucristo!» (El Obispo del Sagrario abandonado, 6ª ed., pp. 455. 453).
Hna. Mª Leonor Mediavilla, m.e.n.