¡Entrar en su Corazón, es decir,
introducirse en ese divino Laboratorio
en que se han forjado la Eucaristía y la Iglesia. Sumergirse
en el Manantial del que brotan las
lágrimas resucitadoras que abren losas de sepulcros y ablandan corazones de
piedra y los raudales de sangre que lavan pecados, redimen los mundos y
divinizan a los hombres. Asomarse al Horno,
y más, al Volcán de donde ha salido y
sale el fuego de amor que ha impedido e impedirá que el mundo se muera de frío
y de egoísmo. Y que ha conseguido y seguirá consiguiendo que los hombres amen a
su Dios como a su Padre y se amen unos a otros como hermanos, y hasta den la
vida por su Padre Dios y por sus hermanos los hombres; que los enemigos se
perdonen y se abracen y que los huérfanos tengan padres y valedores... Entrar
en su Corazón, esto es, aproximarse al místico Incensario del que se levantan blancas e inmensas espirales de
alabanzas y desagravios, que satisfacen a Dios; aromas de piedad, humildad,
pureza y paciencia que hacen santos a los hombres!
¡Todo eso e infinitamente más que eso,
es el Corazón de Jesús!
(Beato Manuel González)
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