jueves, 11 de junio de 2015

Mes del Corazón de Jesús (9)

«El Señor se ha unido a vosotros y os ha elegido» (cf. Dt 7, 7).

Dios se ha unido a nosotros, nos ha elegido, este vínculo es para siempre, no tanto porque nosotros somos fieles, sino porque el Señor es fiel y soporta nuestras infidelidades, nuestra lentitud, nuestras caídas.

Dios no tiene miedo de vincularse. Esto nos puede parecer extraño: a veces llamamos a Dios «el Absoluto», que significa literalmente «libre, independiente, ilimitado»; pero, en realidad, nuestro Padre es «absoluto» siempre y solamente en el amor: por amor sella una alianza con Abraham, con Isaac, con Jacob, etc. Quiere los vínculos, crea vínculos; vínculos que liberan, que no obligan.

Con el Salmo hemos repetido: «El amor del Señor es para siempre» (cf. Sal 103). En cambio, de nosotros, hombres y mujeres, otro salmo afirma: «Desaparece la lealtad entre los hombres» (Sal 12, 2). Hoy, en particular, la fidelidad es un valor en crisis porque nos inducen a buscar siempre el cambio, una supuesta novedad, negociando las raíces de nuestra existencia, de nuestra fe. Pero sin fidelidad a sus raíces, una sociedad no va adelante: puede hacer grandes progresos técnicos, pero no un progreso integral, de todo el hombre y de todos los hombres.

El amor fiel de Dios a su pueblo se manifestó y se realizó plenamente en Jesucristo, el cual, para honrar el vínculo de Dios con su pueblo, se hizo nuestro esclavo, se despojó de su gloria y asumió la forma de siervo. En su amor, no se rindió ante nuestra ingratitud y ni siquiera ante el rechazo. Nos lo recuerda san Pablo: «Si somos infieles, Él —Jesús— permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tm 2, 13). Jesús permanece fiel, no traiciona jamás: aun cuando nos equivocamos, Él nos espera siempre para perdonarnos: es el rostro del Padre misericordioso.

(Francisco)

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