Quien acepta el amor de Dios
interiormente queda modelado por él.
El hombre vive la experiencia del amor de Dios como una "llamada" a la que tiene que responder. La mirada dirigida al Señor, que "tomó sobre sí nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8, 17), nos ayuda a prestar más atención al sufrimiento y a las necesidades de los demás. La contemplación, en la adoración, del costado traspasado por la lanza nos hace sensibles a la voluntad salvífica de Dios. Nos hace capaces de abandonarnos a su amor salvífico y misericordioso, y al mismo tiempo nos fortalece en el deseo de participar en su obra de salvación, convirtiéndonos en sus instrumentos.
(Benedicto XVI)
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