Cada uno de nosotros, cuando se detiene en silencio, necesita sentir no
sólo el palpitar de su corazón, sino, de manera más profunda, el
palpitar de una presencia confiable, que se puede percibir con los
sentidos de la fe y que, sin embargo, es mucho más real: la presencia de
Cristo, corazón del mundo. (Benedicto XVI)
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