jueves, 25 de febrero de 2016

25 de febrero: Aniversario del Nacimiento de Nuestro Fundador

Hoy celebramos tu nacimiento, y me vienen a la mente estas palabras que nos dejaste escritas en tu libro "Un sueño pastoral". Condensan bien los "amores" de tu vida "La Eucaristía" y tu sacerdocio. Sirvan de pequeño homenaje en este día.

"La sagrada Eucaristía es el corazón de la Iglesia, es su esencia, su centro, su vida y con ella hay necesariamente que contar dentro de nuestra santa religión.

Es Jesucristo tal como quiere ser buscado, deseado, creído, amado, obsequiado, agradecido y adorado en la tierra por los hombres. Es Jesucristo repitiendo cada día el Calvario y el Evangelio y perpetuando hasta la consumación de los siglos, la Redención de aquél y los milagros de éste. Es el Jesucristo de la gloria hecho alimento, luz, solución, redención, defensa, medicina y resurrección de los peregrinos de la tierra.

La Eucaristía es, si cabe decirlo así, el Jesucristo nuestro; en el estado en que más nos conviene, tan necesario a nuestra vida como el aire a los pulmones.

Y aquí es donde la figura del sacerdote adquiere proporciones más que gigantescas y su acción como tal sacerdote traspasa los límites de lo incomprendisble y de lo inefable.


Jesucristo no ha querido hacerse Eucaristía, ni darse, ni ofrecerse, ni reservarse, ni presentarse en la Eucaristía sino por el sacerdote.

(Beato Manuel González)

sábado, 20 de febrero de 2016

¡Aquí sí que se está bien!

He meditado el misterio de la Transfiguración de nuestro Señor Jesucristo delante del Sagrario, y ante mi alma han desfilado sus cuatro transfiguraciones.

Os las voy a expresar deseoso de que aprendáis a decir más oportunamente que san Pedro: «¡qué bien se está aquí, Señor!».

La transfiguración de la pobreza

Es la primera que observo en Jesucristo Hombre.

¿Quién adivinará al Jesucristo Verbo y Sabiduría de Dios, Majestad y grandeza infinita, en el Niñito desnudo de Belén, abrigado con las pajas que no han querido comer las bestias y acostado en un pesebre abandonado?

¿Quién acierta a descubrir grandezas de Rey y magnificen­cias de Dios en aquellas escaseces de la media noche de Belén?

Es que la pobreza, llevada a un rigor cual nadie la había probado, está transfigurando a Jesús.

La transfiguración del dolor

Y en la calle de la Amargura y en el Calvario a las tres de la tarde del Viernes, ¿quién se atreverá a asegurar que aquella llaga viva desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza, aquel gusano y no hombre, era el Hijo bello de la hermosa Nazarena y el más hermoso de los hijos de los hombres?

Es que el dolor, concentrado en una acerbidad inaudita, está transfigurando a Jesús.

La transfiguración de la humildad

En Belén, aun a través de los pañales y las pajas de la pobreza, se veían unos ojos de cielo y se besaban unas manos tiernas y blancas... En el Calvario, por entre los labios cárdenos y la lengua seca por la calentura, se escapaba un aliento, debajo del pecho lastimado y desgarrado se sentía palpitar un Corazón.

En la sagrada Eucaristía ni se ven ojos, ni se besan manos, ni se perciben alientos ni palpitaciones...

El Hermoso no se ve..., la Palabra de Dios no se oye, el Poder de Dios no se mueve, el Amor no suspira... y, sin embargo, el Hermoso, el Verbo, el Poder, el Amor, está allí, como estaba tiritando de frío en Belén, como estaba sediento de amores en la Cruz... Sí, sí, me lo dice mi fe, mi concien­cia, hasta este mismo silencio del Sagrario me dice que está ahí Jesús transfigurado por la humildad.

Sí, sólo una humildad infinita ha podido tener perpetua­mente callada en la tierra la palabra viva de Dios.

La transfiguración de la gloria

Es la que a todos nos gusta más meditar: Jesucris­to en lo alto de la montaña, resplandeciente el rostro como el sol y blancas, con blancura de nieve, las vestiduras ¡qué atrayen­te, qué claramente Dios aparece!

Y mirad lo que hacen los hombres con ese Jesucristo transfigurado. Cuando el Evangelio va presentando las tres primeras transfiguraciones o desfiguraciones, ¡el silencio! es el único comentario que van poniendo los hombres; cuando describe la transfiguración de la gloria, entonces sí, y con una prisa que contrasta con el silencio de antes, prorrumpen por boca de Pedro en este grito: ¡Aquí sí que se está bien, Señor, quedémonos aquí para siempre...!

¡Qué hermanos son aquel silencio y este grito!, ¿verdad?

El Maestro no ha respondido nada a la invitación de Pedro; como se calla delante de todos los que sólo están a gusto con Él, cuando les regala dulzuras.

El Maestro sólo responde y con respuestas de dulcedumbres inefables y de bendiciones de fortaleza y de esperanzas a los que, transfigurados como Él en la tierra por la pobreza y el dolor, se van al Sagrario de las transfiguraciones de su humildad y con el mismo ardimiento y la misma prisa que san Pedro, le dicen: ¡Bien se está así, Señor, déjame estar transfigurado todo el tiempo que Tú quieras!

Y allí se quedan, en espíritu por lo menos, repitiendo con los labios el «bien se está aquí» y saboreando con el alma la palabra de esperanza de san Pablo: «Nosotros esperamos a nuestro Salvador Jesucristo que reformará el cuerpo de nuestra ruindad transfigurándolo en el cuerpo de su claridad» [1]

¡Bendito, bendito el Sagrario de nuestras transfiguracio­nes!


[1] Flp 3,21

(Beato Manuel González)

jueves, 11 de febrero de 2016

Actividades Mes de Febrero


Miércoles, 24

Retiro para laicos


Casa de Espiritualidad "Nuestra Señora de Candelaria"
C/ Santiago Beyro, 15,
38007 Santa Cruz de Tenerife

Organiza: Unión Eucarística Reparadora
Dirige: Don Daniel Padilla


Teléfono de Contacto: 922 28 35 77

Viernes, 19

Punto de ENcuenTRO
Espacio de oración con Jesús Eucaristía para jóvenes
Capilla de San Jorge
Pza de los Patos, s/n
20:15h

Viernes, 26 

Visita eucarística a la Parroquia de San Pedro en Güímar

viernes, 5 de febrero de 2016

Contando contigo

"Señor, en tu nombre echaré la red".



¡Qué bien se armonizan en esta petición las dos condiciones para obtener el pan: el trabajo propio y la confianza en Dios!

Había trabajado toda una noche solo, es decir, contando con sus solas fuerzas y, a pesar de los esfuerzos y trajines de toda una noche de remar y echar las redes en todas las direcciones, ¡nada hemos cogido! 

Pero ahora, ante la vista de Jesús y obedeciendo sus mandatos, va a cambiar de procedimiento; ya no va a trabajar solo, sino en compañía de su Jesús, en tu nombre, contando contigo echaré la red. ¿El fruto? ¡Una pesca prodigiosa!

(Beato Manuel González)

jueves, 4 de febrero de 2016

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2016

“Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13).

Las obras de misericordia en el camino jubilar


1. María, icono de una Iglesia que evangeliza porque es evangelizada

En la Bula de convocación del Jubileo invité a que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa «24 horas para el Señor» quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética. La misericordia de Dios, en efecto, es un anuncio al mundo: pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona ese anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean para todos un signo concreto de la cercanía y del perdón de Dios.

María, después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, canta proféticamente en el Magnificat la misericordia con la que Dios la ha elegido. La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. En la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con una bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales.

2. La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia
El misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es preciso ratificar la alianza de modo más estable en la justicia y la verdad. Aquí estamos frente a un auténtico drama de amor, en el cual Dios desempeña el papel de padre y de marido traicionado, mientras que Israel el de hijo/hija y el de esposa infiel. Son justamente las imágenes familiares —como en el caso de Oseas (cf. Os 1-2)— las que expresan hasta qué punto Dios desea unirse a su pueblo.
Este drama de amor alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada» (Misericordiae vultus, 8). En efecto, como hombre, Jesús de Nazaret es hijo de Israel a todos los efectos. Y lo es hasta tal punto que encarna la escucha perfecta de Dios que el Shemà requiere a todo judío, y que todavía hoy es el corazón de la alianza de Dios con Israel: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5). El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias eternas con ella.
Es éste el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio que «siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis» (ibíd., 164). La Misericordia entonces «expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer» (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa.

3. Las obras de misericordia
La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (ibíd., 15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (ibíd.). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero Inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.
Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «seréis como Dios» (Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.
La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno. He aquí, pues, que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Profetas; que los escuchen» (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida.
No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38).


Vaticano, 4 de octubre de 2015
Fiesta de San Francisco de Assis


Francisco