¡Cómo te presentas muchas veces delante de las playas del Sagrario!
¡Cuántas y cuántas veces tiene Jesús que permitir que se desencadenen tempestades de enfermedades del cuerpo, de quebrantos de intereses, de penas del corazón, de tentaciones del alma, y se hace el dormido para probar lo que creen en Él y lo que de Él se fían sus comulgantes! Y ¡cuántas veces la prisa, la agitación, la inquietud, la amargura, la desconfianza con que acudimos a pedirle auxilio, tiene que poner en su boca y en su gesto el mismo reproche que a sus apóstoles miedosos y desconfiados!: ¿De qué teméis, hombres de poca fe? ¿No os basta tenerme en el Sagrario y llevarme con vosotros cada vez que comulgáis? Y si me tenéis a Mí, ¿qué os puede faltar? ¿Por qué os agitáis en miedos que me ofenden?
Madre Inmaculada, tú, que siempre contaste con tu Jesús, enséñanos a contar tanto con Él, invisible y callado en el Sagrario, que por muy recias que sean las tempestades de nuestra alma y de nuestra vida, nunca lo busquemos por miedo, ni temblando...
(Beato Manuel González)